La dictadura IMBÉCIL

Por Pterocles Arenarius
(@PteroclesArenar)

El PRI ha regresado al poder gracias a dos cosas, una, la miseria de las personas que les regalan su voto a cambio de (lo ha dicho alguien) unos cuantos kilos de frijol con gorgojo; y, dos, la perversidad, el ánimo criminal de los que hacen tales dádivas para defraudar al resto e imponer su dictadura cleptómana y asesina.

Y el resto de los mexicanos tenemos que sufrir que una banda delincuencial (sin la mínima exageración en el calificativo) nos “gobierne” gracias a millones de personas que son analfabetas (o al menos analfabetas funcionales, igual que su presidente), que son terrible, dolorosamente pobres y que, sin embargo, hacen inmensamente rico a un sujeto tan ignorante como ellos, pero que, desde su estado de monstruosa miseria espiritual se aprovecha de su condición de tremenda miseria económica.

En otras palabras, los mexicanos padecemos la dictadura de la ignorancia engañada (de los pobres) en alianza con la estupidez astuta de los priístas que compran el voto de los más pobres. Todo eso para que el país siga hundiéndose en el crimen, la decadencia y la estupidez de los gobernantes.

Alguien va a decir que la frase “estupidez astuta” es una contradicción de términos o que los priístas no han de ser tan estúpidos si logran instaurar su dictadura sobre el resto de millones de mexicanos. Pues hay que en primer lugar que la estupidez y la astucia no son contrarios (Peña Nieto es el gran ejemplo: el señor es asombrosamente estúpido, pero también muy astuto, como un vendedor ambulante, como un chofer de microbús, pero éstos no son tan perversos ni tan ambiciosos).

Por lo tanto podemos decir que, aunque muy astutos, los priístas de primer nivel sí son estúpidos, porque su cortedad no les permite ver que si existiera un gobierno justo, democrático, que procurara el bienestar para las mayorías, etcétera, no tendrían que ser los gobernantes insultados, acosados, maldecidos, odiados y vivir igual que prisioneros, siempre detrás de treinta cerdos empistolados, criminales, que les cuiden el trasero eternamente.

Hay que ser estúpido para cambiar la tranquilidad, el sosiego, el disfrute de la vida, de la soledad, del arte, los deleites del pensamiento del conocimiento, de la creación, a cambio de la soberbia, la prepotencia, los lujos, la sensación encima de ellos del odio generalizado de los de abajo, pero, peor, también el odio de los de su propia clase, pues hay que ver como se envidian y se aborrecen cordialmente entre ellos; la sensación de persecución, el enfermizo placer de sentir que los otros ricos los envidian, los odian, les temen y la sensación de que los persiguen para robarlos, para hacerles daño. Y, lo que quizá sea más importante de todo lo que han perdido a cambio del dinero: el amor. Sentirse querido por los amigos (ellos no tienen amigos, sino, como los gringos, tienen intereses o subordinados, achichincles, o rivales), sentirse querido por la gente, por el pueblo, por incluso los ignorantes que venden su voto, su dignidad, su futuro a cambio de un poco de frijol con gorgojo).

Ellos terminan siendo, como diría Sabina: “tan pobres que no tenían más que dinero”. Eso es venderle el alma al diablo.

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