Julia Le Duc
La Jornada
Matamoros, Tamps., 8 de junio. En el corazón del fraccionamiento Los Presidentes, en el poniente de Matamoros, se levantan tres hileras de casuchas pequeñas y despintadas que alojan ancianos que, olvidados por sus familias, ven pasar sus días en la miseria y el abandono.
El vecindario se llama Vida Plena y fue inaugurado en 2007, durante la administración que encabezó Eugenio Hernández Flores, quien presumió que las 100 viviendas, erigidas con una inversión de 16 millones de pesos, tenían recámara, baño completo y jardín frontal, lo que ofrecería una existencia digna a sus moradores.
Siete años después, los habitantes de Vida Plena no presumen alegría ni dignidad. Ofelia Cardoso, La Güera, tiene 79 años de edad y vive de pedir limosna. El techo de su casa está a punto de desplomarse. “Hoy no he comido nada. Ya me quiero ir al centro a ver si junto para un taco, pero no tengo ni lo de la pesera y caminando no voy porque siento que me desmayo”, comentó.
Cada mañana, los ancianos salen de sus casas en la calle Mejores Familias para tratar de sobrevivir al hambre, las enfermedades y, en la mayoría de los casos, el abandono.
Marilú Rodríguez, consejera vecinal, señaló: “Hay mucha pobreza, pero nos echamos la mano en lo que podemos. Hay que ser optimistas, porque a muchos sus familias ni los ven”, acotó.
Recordó el caso de Panchita Heredia, que día y noche lloraba la ausencia de sus hijos, quienes la abandonaron en el fraccionamiento, y la semana pasada fue recogida por otros familiares. “En el grupo hay unos que necesitan más que otros, desde medicinas hasta comida. Hay vecinos que salen a trabajar, como don Chuy, que recoge cartón y se deshidrata mucho; hay otros como doña María, que está en silla de ruedas”, afirmó.
Pedir limosna es una necesidad para todos, ante la insuficiencia de la pensión del programa 65 y Más que reciben 42 de los 70 vecinos y de la beca de 500 pesos mensuales que otorga el DIF Matamoros.
María Castro, de larga cabellera blanca, bien peinada, indicó que usa su dinero para pagar servicios y comprar hilazas para trabajos de costura que nadie le compra.
“Nos faltan muchas cosas –asegura Vita González–, pero lo principal es un lugar donde hacer reuniones, quizás un techo, unos árboles que nos den sombra, también que de vez en cuando (los parientes) nos den una vuelta para no sentirnos tan solos y amargados”.