Redacción La Jornada
(Foto: Socavón en una calle. Imagen de archivo)
Transitar por algunas calles de Tlaxcala capital es igual o peor que hacerlo por una zona de guerra. Todas llenas de agujeros producto de la mala calidad de su hechura y de la contante lluvia que por mínima arrastra la pésima factura.
Una primera diferencia que resulta importante destacar es que están más deterioradas las calles asfaltadas que las adoquinadas, salvo en aquellos tramos en que los propios trabajadores de agua potable o drenaje o los propietarios han abierto para introducir servicios.
La actuación de las autoridades es tan grave que el bacheo en lugar de resolver, en tiempo de lluvia, se convierte en un grave problema, porque al hacer los hoyos más amplios y llenarlos de nuevo material, el sobrante queda a media calle.
La lluvia se lleva el material, tanto el que quitan como el que usan para taparlo, lo que hace que las calles se llenen de piedras, y las rejas y alcantarillas de desfogue se tapen, creando un nuevo problema que termina casi siempre en inundación.
En razón de que el ayuntamiento no puede ser demandado por las consecuencias de su mala o falta de actuación, eso provoca que sigan repitiendo la experiencia de no reparar las calles de una manera más sólida y duradera.
Al caminar por la ciudad se tiene que hacer con cuidado para evitar la caída en un agujero, boquete, hoyo o pozo de los que se producen después de un torrencial aguacero y si toca la de malas puede que en su casa o frente a ella quede una laguna artificial.
No es gratuito que al trabajo que se realiza en bacheo, el pueblo le llame “trabajo de gatos”, en razón de que este animalito hace sus necesidades fisiológicas y después lo tapa, como para significar que de lo único que se trata es de tapar las porquerías que hacen.
Las cuadrillas de bacheo no son culpables, sino el ayuntamiento que no tiene la visión para hacer un trabajo de rehabilitación y mantenimiento de largo aliento, lo que pudiera ser producto de que el bacheo se maneje como un negocio.