Los trabajadores mexicanos producen la riqueza y han recibido la menor parte (27%) en 40 años

¡Qué «chingón» el neoliberalismo!, ¿a poco no?

  • Participan salarios con 27% del PIB; en 1975 la proporción era de 40.2 por ciento: Cepal
  • En los 70 los sueldos representaban 36% del producto interno bruto y la economía crecía 6.65%

Roberto González Amador
La Jornada

Los integrantes de seis de cada 10 hogares en México viven con un ingreso menor a 10 mil pesos mensuales. La cifra es expresión de un fenómeno que se ha acentuado en el país, de la mano de la implantación del actual modelo económico: los trabajadores asalariados participan cada vez menos de los dividendos generados por la economía.

Las remuneraciones de los asalariados mexicanos, medidas respecto del valor total de los bienes y servicios producidos en la economía, cayeron a su nivel más bajo en al menos cuatro décadas.

La participación perdida por los salarios se ha trasladado a la proporción de la riqueza que corresponde a las ganancias empresariales.

Actualmente, las remuneraciones salariales equivalen a 27 por ciento del producto interno bruto (PIB), esto es, del valor de los bienes y servicios producidos por la economía mexicana en un año. Es la proporción más baja, al menos desde 1970, de acuerdo con cifras oficiales mostradas este viernes por Hugo Eduardo Beteta, director de la subsede regional en México de la Comisión Económica para América Latina (Cepal).

La actual participación de los salarios en el PIB, una forma básica de asomarse a la distribución del ingreso en un país, muestra una tendencia que, con altibajos, se ha deteriorado de manera constante desde 1970, año en que concluyó uno de los periodos de mayor crecimiento de la economía en México, conocido como el “desarrollo estabilizador”. En esos años, de 1954 a 1970, la economía mexicana creció a una tasa anual promedio de 6.65 por ciento y el PIB por habitante lo hizo 3.5 por ciento por año, también en promedio, de acuerdo con datos históricos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

En 1970, los salarios participaban con 36 por ciento del producto interno bruto, proporción que se elevó a 40.2 por ciento hacia mediados de esa década, antes de la devaluación del peso ocurrida en 1976, durante el gobierno del ex presidente Luis Echeverría (1970-1976), cuando la moneda mexicana se depreció por primera vez en 22 años.

La participación de los salarios en el PIB cayó a poco más de 30 por ciento a inicio de los años 80 del siglo anterior, cuando el país entró en una crisis que derivó en la llamada década pérdida para el crecimiento económico. Era un nivel que, visto a la luz de la última información, es un poco mayor a la proporción que actualmente tienen los salarios en el producto interno bruto, de sólo 27 por ciento, que es incluso menor a la de la crisis de 1995.

En su intervención este viernes en el XX Congreso del Colegio Nacional de Economistas, Hugo Beteta identificó tres fases de la evolución de la distribución del ingreso. En la primera, se registró una caída lenta pero que marcó tendencia de la desigualdad desde 1963 y que finalizó en 1984, cuando el país se hallaba en plena crisis de la década pérdida, de acuerdo con el director de la subsede regional de la Cepal.

La segunda fase, de 1989 a 2000, es en la que se da un crecimiento de la desigualdad, mencionó. En el periodo ocurren fuertes contracciones económicas; el PIB por habitante sufre serias caídas, de 6.5 por ciento en 1983 y de 5.9 por ciento en 1986, además de que hay hiperinflación y reducción de las remuneraciones por persona ocupada, abundó. Es en este periodo que cambia el modelo económico, dijo. (La política económica vira de un modelo orientado básicamente al mercado interno a otro abierto al exterior y con un nuevo papel, reducido, del Estado).

De 2000 en adelante, expuso, la caída de la desigualdad en esta tercera fase no se asocia a nuevos cambios estructurales a nivel macroeconómico. La reducción de la desigualdad, expuso Beteta, se explica por el aumento del gasto y por la nueva política social que privilegia la focalización y la condicionalidad de transferencias monetarias.

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