A 10 años de la barbarie en Atenco, la PEOR ABERRACIÓN ES MANTENER AL ASESINO EN LOS PINOS

Dos jóvenes muertos, cientos de heridos, 27 mujeres violadas, otras tantas torturadas, allanamientos ilegales y dantescas imágenes de violencia policiaca, fue el saldo del brutal operativo ordenado por el “Estado” mexicano en San Salvador Atenco, el 3 de mayo de 2006, uno de los acontecimientos que evidenció el carácter represor y la crueldad de quien, a la postre, sería impuesto en la presidencia de la república ante la complacencia del pueblo que permitió semejante abominación.

Por ello en este sitio siempre nombramos al sujeto por el título real que se ganó a pulso, ASESINO DE ATENCO, y que él mismo refrendó el 11 de mayo de 2012 ante estudiantes de la Universidad Iberoamericana, quienes repudiaron su grosera pretensión de llegar a la presidencia con las manos manchadas de sangre: la de Alexis Benhumea Hernández (20 años) y Javier Cortés Santiago (14 años), ambos alcanzados por balas de la policía, más la de cientos de atenquenses heridos y torturados. En respuesta, Peña Nieto defendió lo ocurrido en Atenco y se regodeó en la impunidad que obtuvo de la corrupta “suprema corte”, luego de que ésta atrajera el caso para lavarle la cara al futuro usurpador, pese a confirmar que las “autoridades de los tres niveles” habían cometido violaciones graves a los derechos humanos.



El cinismo de Peña Nieto desató un inédito movimiento juvenil de rechazo a su candidatura, que abrió la esperanza, hoy extinta, de un despertar popular. Tal como se predijo durante aquellas movilizaciones, la imposición del asesino de Atenco en Los Pinos ha resultado, por mucho, la peor calamidad en la historia reciente de nuestro país. Las mal llamadas “fuerzas del Estado” que el sujeto y sus esbirros están usurpando, han multiplicado los crímenes perpetrados en Atenco de tal modo que el actual régimen es considerado más sanguinario incluso que los de Felipe Calderón y Ernesto Zedillo, ambos acusados de genocidio en cortes internacionales. La masacre en Tlatlaya, donde 22 civiles desarmados fueron asesinados a mansalva; la de Apatzingán, con 33 autodefensas igualmente masacrados sin explicación; el ataque a pobladores inermes de Santa María Ostula, Michoacán, con saldo de al menos dos niños y un anciano muertos, son sólo tres ignominiosos botones de muestra que confirman lo que ya se sabía desde 2012: en la minúscula masa encefálica del asesino de Atenco no hay cabida para el respeto a los derechos humanos. Ahora pagamos las consecuencias de mantener en el poder a un ignorante que actúa como una bestia salvaje, en su afán de cumplir a toda costa los designios de la mucho peor criminal oligarquía que lo impuso.

A 10 años del sangriento operativo en Atenco, la herida no sólo sigue abierta frente a la impunidad de quienes lo fraguaron y andan libres, como “grandes señores”, parasitando el erario y burlándose de la inteligencia pública, léase Vicente Fox Quesada, en su feroz venganza contra el digno pueblo atenquense que liquidó su aspiración de ser artífice del nuevo aeropuerto; y Enrique Peña Nieto, títere perfecto de una “clase” empresarial voraz, insaciable y aún más inhumana que su accesorio en la presidencia. La herida sangra, se infecta y empeora a cada instante que el asesino de Atenco usurpa la presidencia, mantenido por los mexicanos en la escena más oprobiosa del estridente circo del absurdo que es hoy nuestro país.

Peña Nieto en Los Pinos… no puede haber mayor afrenta a la memoria de los dos jóvenes asesinados y a la honra de los sobrevivientes; no puede haber mayor ultraje a las mujeres violadas durante el desenfreno policiaco fomentado por los propios mandos, según consta en los testimonios de los uniformados. El responsable de todo aquello usurpando la máxima magistratura, ante la indiferencia y complicidad vomitiva de la mayoría de los mexicanos, es, en verdad, la peor aberración a 10 años de la barbarie en San Salvador Atenco.

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