Juan Manuel Vázquez
La Jornada
Dos semanas antes de la pelea, Ibeth La Roca Zamora recibió el aviso de que no haría su segunda defensa, programada para el 23 de agosto. No hubo explicación. Un simple “no vas” fue todo lo que recibió de la empresa promotora, cuenta la campeona mundial minimosca del Consejo Mundial de Boxeo.
Zamora había invertido siete semanas de preparación física que significaron un gasto aproximado de 56 mil pesos. Todo eso para nada, lamenta a medio camino de la frustración y la rabia.
La única explicación que ella misma elabora es que fue discriminada por su origen otomí.
“O porque soy de pueblo”, dice sin entender la cancelación de un compromiso para defender su campeonato, sólo dos veces expuesto desde que lo conquistó, en marzo de 2013, en Japón.
“No sé si sea por mi origen otomí”, titubea, pero recuerda las negociaciones y la manera en que es tratada.
“Me tratan como si fuera menor de edad que no va a levantar la voz. Piensan que una no entiende y por eso toman decisiones como esas”, agrega.
Lo primero que exige es que se respete su contrato o de lo contrario que sea indemnizada, un beneficio que no sabe si disfrutará, porque asegura que hasta ahora nadie de su empresa le ha aclarado la situación.
“No sé qué habría sucedido si yo fuera la que hubiera fallado. No quiero ni imaginarlo”, cuestiona.
La sensación de ninguneo por parte de su promotora es lo que más la decepciona, sobre todo después del esfuerzo con el que ganó el título, luego de vencer en Japón a Naoko Shibata.
Una de las dos defensas que ha realizado fue ante una de las mejores exponentes de la división, la estadunidense Ava Knight, a quien venció por decisión unánime.
“Le gané a una de las mejores libra por libra, eso me hace sentir que yo soy actualmente la mejor de mi división, pero eso parece que no importa.”
Cuando reflexiona sobre el trato que ha recibido y la sensación de que ha sido discriminada por su origen, advierte que no es para victimizarse. Ante esa posibilidad recuerda que su carrera la construyó justo a partir del reconocimiento de su potencial, de que nadie está por encima de ella.
“Me demostré, pero sobre todo quería que mi comunidad viera un referente de éxito y fuerza”, dice orgullosa.
“Por esa razón no pienso quedarme callada: voy a reclamar que se respete mi contrato y mi condición de campeona mundial”, advierte.
Más que el gasto físico y financiero sin sentido, hay una herida al orgullo deportivo por la poca actividad como monarca. Tener el título para ella significa ponerlo a prueba de manera constante para que no quepan dudas de que lo ganó por sus cualidades. “Cuando pienso en esto me siento como una campeona desperdiciada”, concluye.