En estricta teoría, el Ejército Mexicano tiene la alta misión de proteger al pueblo ante cualquier amenaza interior o exterior. Desde la defensa militar de nuestro territorio y mares, hasta la participación en labores de rescate y protección civil durante desastres naturales, se supone que las Fuerzas Armadas son los héroes de la vida real a quienes el pueblo paga por defenderlo. Soldados y marinos están capacitados para sobrevivir en condiciones de extremo peligro; podrán llegar a matar o morir, si la defensa del país así lo amerita.
Todo ello suena a delirante fantasía cuando se confronta con lo que ocurre en la práctica. Es evidente que las Fuerzas Armadas de México han traicionado su mandato patriótico de cabo a rabo, y no es necesario retroceder demasiado en la historia para demostrarlo. Las matanzas de estudiantes en 1968 y 1971, la masacre de indígenas en Chiapas para exterminar al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el holocausto de mexicanos por la falsa «guerra contra el narcotráfico», entre muchos otros crímenes de lesa humanidad perpetrados por el Ejército en fechas recientes, son consecuencia de que esa institución revolucionaria quedara reducida a extensión represora de los regímenes criminales impuestos a partir de la segunda mitad del siglo XX. Entre todos ellos, destaca el actual por su odio encarnizado contra el pueblo, su descarada consigna a liquidar la soberanía nacional, y un inédito envilecimiento institucional en todos los niveles. El Ejército Mexicano ha traicionado como nunca en la historia su intrínseca misión de defender la integridad, independencia y soberanía de la nación contra cualquier amenaza, incluyendo mafias político-empresariales intestinas como las que actualmente usurpan el poder.
Frente a los crímenes recientes de Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán, Ostula, Calera, o la matanza diaria de civiles a manos de elementos castrenses enviados expresamente a reprimir y aterrorizar al pueblo, la vigencia en nuestro país del texto citado a continuación, escrito en 1959 por el líder cubano Fidel Castro, es pasmosa:
Cuando se escriba la historia real de esta lucha y se confronte cada hecho ocurrido con los partes militares del régimen, se comprenderá hasta qué punto la tiranía es capaz de corromper y envilecer las instituciones de la República, hasta qué punto la fuerza al servicio del mal es capaz de llegar a extremos de criminalidad y barbarie; hasta qué punto los soldados de una dictadura pueden ser engañados por sus propios jefes. ¿Qué les importa, después de todo, a los déspotas y verdugos de los pueblos la desmentida de la historia? Lo que les preocupa es salir del paso y aplazar la caída inevitable.
[…]
Es que los militares cuando no defienden a su Patria, sino que la atacan, cuando no defienden a su pueblo, sino que lo esclavizan, dejan de ser institución para convertirse en pandilla armada, dejan de ser militares para ser malhechores, y dejan de merecer, no ya el sueldo que arrancan al sudor del pueblo sino hasta el sol que los cobija en la tierra que están ensangrentando con deshonor y cobardía.
Castro Ruz, Fidel. La Victoria Estratégica. Ediciones Akal, S.A. 2012, pp. 381 y 382
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