- Temen represalias de su enganchadora y de sus explotadores del rancho El Mimbre
- Tras el paso del huracán Karl, en 2010, sus únicas fuentes de ingresos son la zafra y el trabajo en campos agrícolas
- Sólo les daban una comida al día y dormían en una bodega, entre ratas
Eirinet Gómez
La Jornada
Xalapa, Ver., 13 de agosto.
Belén Lara Blanco llegó un día a la comunidad Los Mangos, municipio de Paso de Ovejas –donde las familias perdieron sus hogares y sus empleos tras la devastación que dejó el huracán Karl en septiembre de 2010–, y ofreció a 36 campesinos darles trabajo de jornaleros en San Luis Potosí, con salario de 150 pesos al día, hospedaje y comida.
Al mediodía del sábado 26 de julio los labriegos abandonaron su tierra con la esperanza de obtener un empleo que les permitiera recuperarse de los estragos del meteoro, pues “aquí no hay trabajo; una vez que acaba la zafra uno se queda sin hacer nada”.
Tras viajar 19 horas llegaron al rancho El Mimbre, en el municipio potosino de Vanegas. De los 150 pesos que les prometieron, los caporales de El Mimbre sólo les ofrecieron tres por cubeta de jitomate, siete por la de chile, cuatro por la de chile jalapeño y dos por la de chile poblano. Los sometieron a jornadas de 12 horas con una sola comida servida en pedazos de plástico y los obligaban a dormir en el suelo, entre ratas y moscas.
Después de 12 días de trabajar prácticamente como esclavos, el viernes 8 de agosto fueron rescatados. Algunos padecían desnutrición y estaban enfermos por consumir agua salada y frijoles agrios.
José Manuel Hernández Murillo y otros cinco campesinos cuentan su historia como si fuera la de los sobrevivientes de un naufragio. Sentados bajo un árbol de mango, junto al arroyo que desbordó tras el paso de Karl y se llevó las casas del pueblo, hacen una pausa en la tardeada de elotes hervidos.
A las 7 horas del domingo 27 de julio Belén y los 36 veracruzanos llegaron a El Mimbre. Los encargados del rancho abrieron el portón de hierro. Uno les dijo cómo iban a trabajar y cuánto iban a ganar, recuerda Oswaldo López Tenorio, ocultando su mirada con una gorra.
Los campesinos se percataron de un aparente desacuerdo entre Belén y los caporales por el pago que ella recibiría como enganchadora. Ella pedía mil pesos por jornalero. Le dieron 15 mil por los 36.
La mujer se acercó a los veracruzanos para decirles que ahí no los querían y que se irían. Los encargados de El Mimbre respondieron que no querían trato con la mujer, pero que los campesinos podían quedarse.
No fue difícil convencerlos: si no aceptaban, debían pagar el autobús de Paso de Ovejas a San Luis Potosí, que había costeado el dueño del rancho. “No teníamos dinero para regresarnos. Decidimos quedarnos”, cuenta José Manuel Hernández Murillo, de 24 años.
Las jornadas en El Mimbre comenzaban a las 4 horas. Los jornaleros se vestían, pasaban al fogón por una taza de café (su único alimento hasta las 13 horas) y partían a la zona de sembradíos, a tres kilómetros, más o menos una hora de camino a pie.
“Dormíamos en una galera, sin camas, sobre un hule en el suelo. Los que llevamos cobijas soportábamos el frío, y a los que no, los acomodamos con nosotros”, recuerda Hernández Murillo, quien vive en un predio conocido como El Gallito, en Los Mangos, donde se construyeron la casas que el gobierno estatal, con recursos de la Comisión Nacional de la Vivienda, entregó a los damnificados de Karl.
Al cumplirse una semana en el rancho potosino, familiares de los campesinos veracruzanos formaron una comisión de cuatro personas para que los buscaran. Llamadas telefónicas cortantes y espaciadas, acompañadas de un “no puedo hablar”, eran señal de que algo no andaba bien.
Los parientes de los jornaleros llegaron al ayuntamiento de Venegas, desde donde se pusieron en contacto con personal de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de San Luis Potosí, que los ayudó a localizar el rancho donde se encontraban los labriegos. El pasado viernes fueron rescatados.
“La libramos, sí, y estamos tranquilos porque estamos aquí (Paso de Ovejas, a más de 60 kilómetros de Xalapa) con nuestras familias, pero tampoco nos confiamos porque no sabemos si van a venir por nosotros”, concluye José Manuel.