Julio Muñoz Rubio
La Jornada
El tema de la violencia ha sido uno de los que más han ocupado la atención de la sociedad mexicana en los últimos tres meses. En una u otra forma no se habla de otra cosa en este país en amplios sectores sociales. Pero a todo esto, ¿qué es lo que debemos entender por “violencia”?
La violencia en sentido abstracto no tiene aplicabilidad alguna. Para valorarla y juzgarla es necesario analizarla en sus contextos concretos. Las aplicaciones del concepto violencia pueden aplicarse a procesos tan distintos como:
1. Bombardeos de algún ejército a la población civil.
2. Guerras interimperialistas.
3. Exterminios en campos de concentración.
4. Peleas entre hooligans en estadios de futbol.
5. Agresiones de novios o maridos celosos a sus parejas o de padres o madres a sus descendientes,
6. Peleas escolares entre niños.
7. Enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden.
8. Maltrato a animales.
9. Rebeliones populares y revoluciones.
Agrupar todas estas conductas “violentas” en un solo concepto homogéneo, sin distinguir las diferencias cualitativas entre ellas, lleva a lo que el biólogo y filósofo de la ciencia británico Steven Rose llama “aglomeración arbitraria”, es decir, una agrupación de fenómenos agresivos en función de meras manifestaciones formales externas, sin considerar los antecedentes históricos ni sus perspectivas, sus expresiones específicas, el tipo de sujetos que las protagonizan y los objetivos inmediatos y últimos que se persiguen, de modo que lo que se generaliza al hacer esta tabla rasa entre formas de violencia tan disímiles en una serie de juicios morales huecos. De ellos se derivan frases en el fondo carentes de significado: “La violencia es mala”, “repudiamos toda forma de violencia”, “violencia genera violencia” , etcétera.
La ciencia natural y social, cuando reproduce la visión clasista del mundo, se apoya en esa concepción abstracta de la violencia y afirma que “el ser humano es violento por naturaleza”. De acuerdo con esta ciencia, los sujetos que en la violencia intervienen parecen responder a impulsos violentos “naturales”, toda vez que responden a necesidades más allá de su conciencia y capacidad de decisión sobre el uso o no de sus impulsos agresivos.
Estas concepciones ideológicas cumplen una función: naturalizar lo que en realidad son preceptos y valores construidos por las clases dominantes. Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, Adam Smith, entre otros, como intelectuales orgánicos burgueses, naturalizaron la violencia, y el espíritu agresivo humano porque casaba muy bien con la concepción del capitalismo según la cual cada individuo tiene que buscar agredir, desplazar, destruir a otros en aras de su superioridad económica y política.
Darwin, en El origen del hombre llevó esta concepción al extremo al postular leyes biológicas productoras de la agresividad y la violencia, lo cual fue completado casi un siglo después por la sociobiología cuando propuso la existencia de un inexistente “gen de la violencia”.
Contra estas concepciones abstractas e ideológicas sostengo que no es posible comprender ninguna forma de violencia por fuera de la estructura de clases de la sociedad. La violencia como actividad institucionalizada de Estado no es producto de la naturaleza, sino construcción de las clases dominantes, las cuales recurren a la agresión física, a la coerción a la introyección del miedo, y a la fascinación por la destrucción, como modos de asegurar su dominación. Para las clases dominantes el ejercicio y la existencia de violencia es imprescindible, mas no la violencia en abstracto, sino las formas de violencia que permiten producir y reproducir sus modos de vida como clase. En la medida en que una clase dominante entra en crisis, necesita del uso de su violencia en distintos ámbitos como intento de perpetuarse en el poder, ante la imposibilidad de convencer a las clases subalternas de que acepten su dominio.
Lo que vivimos en la actualidad a escala mundial y nacional es un sistema de dominación que glorifica la violencia y la hace imprescindible, inseparable de su ejercicio del poder, que logra escalarla en una espiral ascendente. La violencia promovida por el capitalismo es una violencia que se convierte en un fin en sí y en objeto de veneración. El capitalismo ejerce y promueve la violencia para perpetuarla, para exacerbarla en todos los ámbitos de la vida; para enajenar la existencia de la gente mediante la imposición del terror.
Las formas de violencia ejercidas a contracorriente de la violencia sistémica se diferencian de ésta en que son medidas tomadas en situaciones extremas, de legítima defensa y transitorias. Cuando ocurren, son formas de violencia que deben dirigirse a terminar con la violencia para siempre, no para perpetuarla. Ninguna de ellas puede erigirse como fin en sí ni como herramienta perenne de dominio u organización social.