Se presentaba como “representante” del EZLN y Luis H. Álvarez lo daba por bueno.
Hermann Bellinghausen
La Jornada
San Cristóbal de las Casas, Chis., 19 de mayo.
En el no muy lejano enero de 2011, Carmelino Rodríguez Jiménez, detenido este fin de semana como presunto asesino material del zapatista Galeano, en La Realidad, agradecía por escrito al entonces director de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los de Pueblos Indios (CDI), Luis H. Álvarez, el apoyo recibido para conmemorar el aniversario del levantamiento zapatista por el grupo de viejos conocidos suyos, que precisamente no eran zapatistas. Rodríguez Jiménez, actualmente agente municipal oficial en el ejido La Realidad, se presentaba ante el funcionario como “representante zapatista”, y éste lo daba por bueno.
No obstante que se trataba de una evidente tomadura de pelo en nombre de falsos zapatistas, Álvarez, en sus memorias de funcionario federal durante los dos gobiernos panistas, Corazón indígena (sic), Fondo de Cultura Económica, 2012, escribe que a finales de 2010 recibió “la petición de los zapatistas de apoyarlos para la conmemoración del 17 aniversario de su irrupción pública. Necesitaban alimentos (carne, maíz, trigo, azúcar y otros productos) para los festejos que se llevarían a cabo en uno de los cinco caracoles zapatistas”.
Álvarez enfatiza: “Desde luego, y con gusto, se brindó la ayuda solicitada. Y a propósito de esa actitud del gobierno federal, en los primeros días de enero recibí una carta a mano y firmada por Carmelino Rodríguez, representante zapatista de La Realidad”, la cual transcribe (pp. 273-274). Éste, en nombre de “bases, milicianos e insurgentes”, agradece el “apoyo” federal y aprovecha para solicitar “a los integrantes de estos trabajos que están gestionando los programas de apoyo de las comunidades indígenas, que sigan animando a otros compañeros”.
Es de suponer que estas “inéditas acciones y actitudes de cordialidad” de los falsos zapatistas siguieron, aunque ahora resulte que aquellos interlocutores destruyen, bloquean, apedrean y apalean a los verdaderos zapatistas de La Realidad y a uno lo matan con tiro de gracia. No extraña que el director de la CDI se tragara esa patraña, si a lo largo de sus memorias indígenas (en la portada aparece vestido de tzotzil de San Andrés, sombrero y todo) reseña encuentros y entendimientos con supuestos “comandantes, mandos y miembros de las juntas de Buen Gobierno”, que hasta lo reciben con el himno zapatista y le piden dinero, programas y obra pública a cambio de “información desinteresada (Álvarez siempre cree en su “sinceridad”)”, así como intromisión en comunidades “emblemáticas” del EZLN. Se retrata con esas personas, se cartea, se “anima”. Sus lugares predilectos son La Realidad y Roberto Barrios.
Un personaje conspicuo en el relato de Álvarez, de suyo lleno de delaciones, rumores dados como verdad y distorsiones como buenas intenciones, es la actual regidora panista del ayuntamiento de Las Margaritas, originaria de La Realidad, Florinda Sántiz. El político destaca que ella fue su primer contacto, a comienzos de 2004, con alguien de dicha comunidad, y devendría en su pasaporte para reunirse con pobladores de La Realidad que desertaron del zapatismo y saltaban de uno a otro partido político a la caza de programas.
Este viernes, a las puertas del domicilio de Florinda Sántiz fueron detenidos Carmelino Jiménez y el presidente del comisariado ejidal de La Realidad, Javier López Rodríguez, quienes según la Procuraduría General de Justicia del Estado “dispararon sus armas contra José Luis Solís López, quien perdió la vida”.
En un comentario crítico al libro del ex funcionario, la periodista Gloria Muñoz Ramírez escribía en 2012: “Nunca se sabrá si Álvarez creyó realmente lo que se lee en Corazón indígena. Es tanto el delirio de sus entrevistas ‘privadas’ con representantes zapatistas o altos jefes del EZLN, que cuesta trabajo pensar que tanta gente le tomó el pelo sin que se diera cuenta. O que lo sabía y no le importaba; o que nunca supo a quiénes realmente se acercó con la cartera desenvainada” (Ojarasca, noviembre de 2012).
Revelador resulta lo dicho por Felipe Calderón Hinojosa, entonces presidente, al presentar la memoria de Álvarez: “Una parte importante de resolver los problemas de injusticia también es romper el prejuicio de que hay cierta armonía prestablecida, precisamente, de origen indígena”.
Roto “el prejuicio” de “cierta armonía” y así apostándole a una implícita inarmonía, Luis H. Álvarez realizó más de 100 visitas a Chiapas como comisionado federal; luego, como director de la CDI, conservó el contacto privilegiado con sus “zapatistas arrepentidos” en La Realidad, Roberto Barrios (cuyos puente y carretera se llaman “Luis H. Álvarez”) y aquellos “comandantes” que lo buscaban en Comitán y Ocosingo con todo y pasamontañas para dar vuelta de hoja a la resistencia de los zapatistas, misma que minimiza y desdeña en sus memorias. Cumplió su parte con la administración de la inarmonía, como a su vez no dejan de hacerlo la ocupación militar y sus servicios de inteligencia, los partidos políticos, las organizaciones oficialistas, los programas, la certificación de tierras. Lo que los analistas llaman “ingeniería de conflictos”.