La Armada Invencible del presente siglo está integrada por narcotraficantes, buena parte de los cuales son mexicanos. Buques con toneladas de polvo blanco bogan por el Pacífico y por el Atlántico, por el Mediterráneo y por la cuenca del Amazonas. Poco conocido, este fenómeno es analizado a profundidad por la periodista Ana Lilia Pérez en su nuevo libro, Mares de cocaína, que saldrá a la circulación en estos días. Con permiso de la editorial Grijalbo, aquí se adelantan fragmentos sustanciales de este reportaje.
Ana Lilia Pérez
Proceso
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El Cártel de Tijuana, fundado en los años ochenta por los hermanos Arellano Félix, marcó la historia del narcotráfico mundial y, particularmente, desarrolló un modelo y una organización que aún hoy aplican las mafias mexicanas y sus asociados internacionales para traficar drogas vía marítima. Desde los años noventa, cuando se erigieron como uno de los mayores traficantes de cocaína del mundo, crearon y monopolizaron una red para operar las rutas a través del Pacífico: de Colombia a Tijuana y la costa oeste de Estados Unidos, en importantes puertos como San Diego y Long Beach.
Su emporio se forjó tras la detención de Miguel Ángel Félix Gallardo –en 1989–, iniciador del Cártel de Guadalajara, y se expandió a partir de que el tío político de los Arellano, Jesús Labra Avilés, Chuy Labra, lugarteniente de aquél en Tijuana, les heredó la plaza. Aunque de uno y otro aprendieron las negociaciones con sus proveedores de cocaína colombianos, fueron ellos los que, con sus delegados, estrategas y colaboradores expertos, hicieron de esa franquicia un negocio multimillonario capaz de comprar los servicios y la protección de todo tipo de autoridades: desde los policías de a pie hasta los altos mandos de la milicia mexicana y, en el sector náutico, autoridades civiles y navales, durante más de 20 años, concretamente hasta 2006, cuando se dio la captura de Francisco Javier Arellano Félix, El Tigrillo.
Los remanentes del Cártel de Tijuana y otras organizaciones criminales que trafican drogas hacia Estados Unidos por el Pacífico norte mexicano aún utilizan esas mismas rutas, con el mismo modus operandi –que replicaron sus principales opositores y acérrimos enemigos, como los del Cártel de Sinaloa–, y los últimos herederos de aquéllos siguen cobrando derecho de piso a los traficantes. En diciembre de 2006, cuando Felipe Calderón Hinojosa anunció su guerra contra el narcotráfico, los informes del gabinete de seguridad identificaban al Cártel de Tijuana, junto con el del Golfo y el de Sinaloa, como las tres organizaciones más poderosas que operaban en México, los dos primeros, férreos antagonistas del tercero, por lo menos hasta febrero de 2014, cuando su comandante, Joaquín Guzmán Loera, fue reaprehendido, luego de 13 años en fuga.
Aun con sus líderes originales presos, como Benjamín, Francisco Javier y Eduardo, o muertos, como Ramón (en 2002) y Francisco Rafael Arellano (en 2013), la organización criminal de los sinaloenses Arellano se identifica en el ámbito náutico como una de las que desde mares y puertos del Pacífico mexicano, si bien ahora asociada con otros grupos, aún trafica fuertes cantidades de embarques de droga.
Pese a la guerra oficial de Felipe Calderón, los Arellano –la Organización Arellano Félix (OAF), como la denominó la Administración Federal Antidrogas (DEA)– sobrevivieron, como los demás cárteles mexicanos. En la actualidad, varios documentos oficiales de la FBI de Estados Unidos consignan la posibilidad de que Enedina Arellano, contadora pública de carrera, opere como cerebro de la organización. Desde 2008 su hijo Luis Fernando Sánchez Arellano, El Ingeniero o El Alineador, había tomado el control como el heredero del cártel fundado por sus tíos, organización criminal en la que estaba activo pero con un “bajo perfil” por lo menos desde 2002, según indagatorias oficiales del gobierno mexicano. Aunque en junio de 2014 Luis Fernando Sánchez Arellano fue detenido en un restaurante en Tijuana (mientras veía el partido de la Selección Mexicana contra Croacia en el Mundial de Brasil), bajo los cargos de narcotráfico, extorsión, secuestro y homicidio, siguen en pie algunos de sus negocios y empresas fachada que lavan dinero, de modo que el rastro Arellano se percibe por las líneas que la cocaína deja en su tránsito por el Pacífico.
(Fragmento del reportaje que se publica en la revista Proceso 1986, ya en circulación)