Rafael Croda
Proceso
BOGOTÁ (apro).- La desaparición de 43 estudiantes en Iguala, Guerrero, y su presunta ejecución por parte del crimen organizado, ocuparon la atención del XX Seminario Internacional de Bioética que congregó en la capital colombiana el 10 y 11 de octubre a expertos en violencia que alertaron sobre el estado de “excepción moral” que vive México, y valoraron la movilización ciudadana para exigir al gobierno el esclarecimiento de los hechos.
“Este movimiento ciudadano que surgió tras la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa es muy importante y esperanzador porque puede ser el camino más certero para exigir al Estado que cumpla su papel y combata esta violencia”, dice a Apro el filósofo español Xabier Etxeberria, un estudioso del conflicto vasco y del tema de víctimas del terrorismo.
El filósofo noruego Jan Helge Solbakk, un especialista en bioética, señala que la experiencia universal muestra que en periodos de violencia como el que registra México se produce “una caída del sistema de moralidad y termina por implantarse un estado de excepción moral en el que cambian los valores morales de múltiples actores, desde los responsables del Estado hasta los criminales”.
Esto, afirma, ocurrió durante el régimen nazi en la Alemania de Adolfo Hitler, cuando el 90% de médicos colaboró en el programa de exterminio de “razas inferiores” sin que tuviera una filiación ideológica nazista.
“Hay estudios que indican que después un periodo de casi dos semanas, estos médicos, que eran personas normales, aceptaron esta nueva moralidad. Para un filósofo, este es un hecho muy turbulento porque nos indica que la moralidad humana es tan débil, tan vulnerable… Desde las guerras que narraban los poetas trágicos griegos aparece la debilidad de la moralidad humana y la bajeza que alcanza en tiempos de excepción como los que tiene hoy México”, señala en entrevista.
Para el filósofo, médico y bioeticista colombiano Jaime Escobar Triana, la violencia en México “se degeneró porque eso es lo que ocurre cuando la violencia es persistente: los autores de esa violencia pierden sentido de la moralidad. Los criminales también tienen moral y ellos la pierden en un ciclo de escalamiento de la violencia. Aquí en Colombia lo vivimos con los grupos paramilitares (en los años ochenta y noventa), que cometieron actos atroces, como desmembrar vivos a sus enemigos o jugar futbol con sus cabezas”.
“En México ocurre algo similar, el crimen organizado ha degradado las formas de violencia y éstas han escalado hasta los niveles que estamos viendo, en que 43 estudiantes, según todo indica, fueron ejecutados por un grupo mafioso”, explica Escobar a Apro.
Indica que el etólogo británico Desmond Morris considera que la naturaleza animal del ser humano siempre le impedirá superar sus sentimientos de territorialidad y agresividad, “en especial durante periodos de escalada de violencia como los que vemos en México”.
Ausencia de Estado
Etxeberria, profesor de ética en la Universidad de Deusto, en Bilbao, España, y profesor visitante en varias universidades de América Latina –entre ellas la Iberoamericana y el Tecnológico de Monterrey, en México– sostiene que “la enorme gravedad de los hechos ocurridos en Iguala es que la desaparición de los estudiantes y su aparente ejecución ha sido posible por una mafia en la que están la policía, la delincuencia organizada (Guerreros Unidos) y hasta el mismo alcalde José Luis Abarca (quien está prófugo)”.
De acuerdo con el doctor en Filosofía, México “no es un estado fallido pero hay ciertos sitios en los cuales el Estado mexicano es fallido porque las autoridades son incompetentes y han sido cooptadas por el crimen organizado”.
Dice que en México el gobierno ha logrado descabezar a grandes organizaciones criminales al capturar o dar de baja a sus jefes, “pero esto ha creado la proliferación de grupos más pequeños, más violentos y menos organizados, para los que la única forma de actuar es el uso indiscriminado de la violencia”.
Guerreros Unidos, grupo delictivo al que se atribuye la presunta ejecución de los 43 normalistas de Ayotzinapa, son una escisión del cártel de los Beltrán Leyva.
“Son fenómenos criminales más locales, que no tienen esas conexiones tan importantes como las tenían a nivel internacional sus anteriores jefes, pero tienen la violencia, y la ejercen para defender sus intereses criminales inmediatos. El problema para el gobierno es que para controlar a estos grupos no basta con que envíes de repente unas fuerzas especiales a combatirlos por dos o tres semanas. Eso no funciona. Tiene que crearse Estado ahí donde operan y ese es el problema para ciertas zonas de México, que no hay Estado”, agrega Etxeberria.
Advierte que México apenas se está asomando al fenómeno criminal que protagonizan “los capitos” a nivel local y regional y “falta por ver qué tan grande es esto, hasta donde está enraizado en las comunidades más apartadas, y lo que hemos visto hasta ahora es espeluznante”.
Sostiene que el estupor que se ha apoderado de la sociedad mexicana ante la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa se ha traducido “en movilización y esto puede ir creciendo. Ya hay un movimiento ciudadano como el que encabeza Javier Sicilia y es muy esperanzador ver lo que ocurre ahora, con tanta gente en la calle pidiendo justicia para estos estudiantes”.
“El camino para México es dual: se requiere más Estado en las poblaciones donde se ha enquistado el crimen organizado y, por otro lado, si la sociedad civil comienza a actuar con mayor consistencia podría convertirse en un punto de inflexión para abordar este fenómeno de violencia con más integralidad y eficiencia”, asegura el filósofo vasco.
Señala que “una confluencia interesante sería que aparecieran organizaciones de víctimas articuladas con este movimiento mundial de víctimas que es emergente, como vemos en el País Vasco, en Colombia o en Irlanda del Norte”.
Degradación
Para Solbakk, un doctor en filosofía de la Universidad de Oslo que fue asesor de derechos humanos de la ONG internacional Médicos sin Fronteras, la degradación moral que se percibe en México “es inherente a lo que ocurre en conflictos armados, en guerras, en los que la moralidad común no funciona”.
“Las sociedades suelen reaccionar en un primer momento con tolerancia y apatía. La mayoría de los médicos y las enfermeras que durante la Segunda Guerra Mundial trabajaban en campos de exterminio no lo hacían porque tenían miedo, sino porque aceptaron sin reparos una nueva moralidad. Es una forma de interés egoísta, que está en todo ser humano. Después de la guerra, muchos de los individuos que estuvieron involucrados en estas actividades continuaron una carrera muy fructífera como personas honorables en el sistema político-administrativo en Alemania. La moral humana es muy cambiante”, sostiene.
El bioeticista noruego coincide con Etxeberria en que la movilización social frente al caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa puede constituir un punto de inflexión en la lucha contra el crimen organizado y obligar al Estado a asumir su responsabilidad y funciones.
“Esto es una esperanza para México, porque así como la violencia produce periodos de excepción moral, la movilización social puede producir una vuelta a la normalidad moral. La indignación de la ciudadanía nos hace vernos al espejo y horrorizarnos de nosotros mismos”, puntualiza Solbakk.
Escobar Triana señala que una tendencia común en Latinoamérica es pretender solucionar los conflictos de todo tipo, incluso los que generan violencia, con leyes, lo cual “es una visión muy limitada de los fenómenos que nos aquejan”.
“La gran pregunta es cómo generar en nuestros países enfoques sobre la vida y las relaciones humanas que nos permitan vivir en comunidad. Esto pasa por establecer acuerdos racionales y fundamentales para aplicarlos a situaciones concretas, como la violencia en México, en los cuales la toma de decisiones respete mínimos éticos exigibles a todos por igual, previo al intento de plasmarlos legalmente”, asevera el filósofo y bioeticista colombiano.
Dice que la conducta antisocial es una reacción común a las situaciones tensas que se generan en la sociedad y se manifiesta con violencia, delincuencia y agresividad. “Detrás de este fenómeno está la corrupción, que es un enfermedad del sistema político y que trastoca los valores éticos. La corrupción, sin duda, está detrás de lo que le ocurrió a estos 43 estudiantes (en Iguala)”, asegura.