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Mientras el sector petrolero en México se debilita, el agroalimentario vive un fuerte auge. Pero esta bonanza representa también paradójicos desequilibrios como precarias condiciones de los campesinos, pérdida de soberanía alimentaria o una fuerte dependencia de Estados Unidos para sus exportaciones.
En 2015, el sector agroalimentario creció un 4.3 por ciento con exportaciones que ascendieron a más de 26.000 millones de dólares. Y, por primera vez en 20 años, la balanza comercial del rubro cerró en números positivos con un superávit de las exportaciones de 1 600 millones de dólares.
«Hoy somos un país superavitario», se congratuló la semana pasada el presidente Enrique Peña Nieto al celebrar que el campo se haya convertido en la segunda fuente de divisas más importante de México.
Sólo lo supera la manufactura porque, hoy en día, el sector agroalimentario ya rebasa a las remesas, el turismo e incluso al debilitado sector petrolero nacional, que sufre una grave crisis de producción y trata de sobrevivir también al desplome de los precios internacionales del oro negro.
Para el ministro de Agricultura, José Eduardo Calzada, México está cosechando los frutos de una apuesta lanzada hace dos décadas con la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
Desde entonces, «México empezó a invertir en tecnología, en mecanización del campo, incorporar más hectáreas al riego tecnificado, mejorar los sistemas de capacitación y de comercialización de los productos mexicanos al interior y exterior», explicó Calzada a la AFP.
En los últimos 10 años, las exportaciones agroalimentarias mexicanas se incrementaron a un ritmo anual de cerca del 9%.
Según el ministro, el gobierno de Peña Nieto (2012-2018) no se ha contentado con dar ayudas económicas a los agricultores sino que también ha invertido en infraestructura.
Anteriormente, México «tenía una política subsidiaria y hoy es una política productiva», estimó.
Por otro lado, el sector toma ventaja de un entorno internacional favorable en el que «la importación se ve reducida por la crisis y la exportación aumenta por el peso (mexicano) barato» con respecto al dólar, explicó de su lado Luis Gómez, profesor de economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, pública) y ex miembro de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Siendo el primer productor de aguacates en el mundo, uno de los principales productores de cerveza, tomates, mangos, papaya y séptimo productor mundial de carne, México «se ha convertido en una potencia productora de alimentos», estimó Abdel Pérez, investigador de la Universidad de Chapingo.
Implicaciones políticas y desigualdad
El auge de la producción se mantiene en 2016 con la instalación de nuevas infraestructuras, especialmente en el norte del país. En Tlahualilo, en el estado de Durango, Peña Nieto inauguró la semana pasada un nuevo agro-parque fruto de una inversión de 10.000 millones de dólares.
Sin embargo, este crecimiento se acompaña de desequilibrios, según Pérez.
«El problema es que estamos produciendo para alimentar a la exportación y paradójicamente estamos perdiendo soberanía alimentaria porque estamos importando cada vez más los alimentos básicos del pueblo mexicano: maíz, frijol, arroz», explicó.
México, con el salario mínimo más bajo entre los países miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), ha registrado en los últimos 30 años un alza de desnutrición infantil, según el experto.
Por otro lado, la apoteosis del sector agroalimenticio se basa esencialmente en la mayor producción de «fruta y hortalizas, que genera más empleos a jornaleros (campesinos que trabajan por día) cuyas condiciones son muy malas», explicó Gómez.
El gobierno mexicano calcula que hay más de dos millones de jornaleros en México (118 millones de habitantes) que viven en condiciones de semiesclavitud, sin contrato ni prestaciones sociales y que, pese a la dureza de sus trabajos de hasta 10 horas, cobran en promedio entre 4 y 7 dólares diarios.
Otro bemol que encuentra el boom agroalimentario en México es que el destino de sus productos está centralizado: el 90 por ciento de ellos va a Estados Unidos, su vecino y principal socio comercial.
Este hecho conlleva un alto riesgo y podría incluso tener «implicaciones políticas», advirtió Pérez ante un eventual triunfo en las elecciones estadounidenses de noviembre de posturas anti-mexicanas como las del republicano Donald Trump.