Mireya Cuéllar
La Jornada
Hermosillo, Son. Los ríos Bacanuchi y Sonora nacen casi juntos en dos extremos de la mina de Cananea. En la cara suroriente del complejo, el Bacanuchi recibió los 40 millones de litros de sulfato de cobre acidulado –es una de las versiones sobre lo derramado– que nadie ha empezado a recoger. Sus aguas, que desembocan en el Sonora, arrastraron los contaminantes hasta la presa El Molinito –tuvo que ser cerrada–, que en esta temporada debería surtir la red de agua potable de la capital sonorense.
Muchos tramos de los 270 kilómetros de cauce del río Sonora están casi secos. Unos hilos de agua recuerdan que en temporada de lluvia suele correr desde Cananea, en el norte del estado, casi hasta Hermosillo. Sus lodos contaminados con sulfato de cobre brillan al sol; aquí la temperatura es de más de 40 grados.
Las brigadas de “reparación y limpieza” de que habla en sus desplegados Grupo México, propietario de la mina Buenavista del Cobre –que no es más que la histórica Cananea renombrada–, no se ven en el río. El miércoles de la semana pasada se improvisaron dos cuadrillas de 50 trabajadores cada una que regaron cal en en no más de un kilómetro del cauce. Los participantes en estos trabajos portaron chalecos con vivos rojos para la foto. Pero desde ese día nadie volvió a ver un brigadista en las márgenes.
El presidente municipal de Arizpe, Vidal Vázquez, y los funcionarios de algunas dependencias estatales que recorren la zona siniestrada informaron que es muy difícil que las labores de limpieza empiecen, aunque esta semana se cumple un mes del derrame que oficialmente ocurrió el 6 de agosto pasado. “Es el peor desastre ecológico que hemos vivido; estamos en la incertidumbre. No sabemos cuándo y cómo van a limpiar el río, cuántos años pasarán para que el río vuelva a servir y que los pozos clausurados por la Comisión Nacional del Agua (Conagua) puedan mandar el agua a las casas”, dice el alcalde.
Los funcionarios estatales que recorren la zona de desastre –reparten semanalmente sobres con 804 pesos a las familias que viven en la ribera– explicaron que las labores de saneamiento no se han iniciado porque “ni siquiera se sabe cómo se harán”: qué maquinaria y herramientas son necesarias, de qué equipo deberán disponer los brigadistas para no exponerse a la contaminación y el lugar donde será depositado el lodo que se recoja de los ríos.
“No hay para cuándo”, apuntó el funcionario. Tampoco la Conagua ha dicho qué hará con la presa El Molinito, que es hoy una laguna de desechos tóxicos cerrada una semana después de la fuga, cuando el río Sonora ya había arrastrado los metales. Ubicada en los límites de los municipios de Hermosillo y Ures, ya nadie se le puede acercar.
Casi un mes después del siniestro, tampoco se sabe con certeza qué es lo que se derramó. La misma empresa ha cambiado la versión de lo ocurrido. En primera instancia habló de un derrame en la zona de represos de jales, es decir, donde se depositan restos del proceso para extraer el cobre; sin embargo, en un desplegado publicado ayer, dijo que “una causa relevante de estos hechos fue un defecto de construcción en el sello de una tubería del sistema Tinajas Uno, que forma parte de las obras en construcción para una nueva planta de proceso de cobre…”
Carlos Esquer, uno de los trabajadores mineros que mantienen la toma simbólica de Cananea desde hace siete años –cuando la empresa desconoció al sindicato–, informó que la versión que le dieron quienes trabajan dentro es que se fugaron 40 millones de litros de ácido sulfúrico puro de un depósito al que se le reventó una válvula.
El único ajetreo en las comunidades que viven del río Sonora es de las pipas de la Comisión Nacional del Agua, que desde los pozos que se encuentran a más de 500 metros del lecho llevan agua hasta las cabeceras municipales y los ejidos. Uno de los problemas de las comunidades es que no tienen dónde almacenar el agua para bañarse, lavar la ropa o cocinar. En las calles se han colocado tinacos para que los damnificados se surtan con cubetas.
Voluntarios de todas las edades y personal pagado por el gobierno del estado –en un programa de empleo temporal– distribuyen garrafones con agua purificada. La vida de todos está trastocada, “por decir lo menos”, señala el alcalde de Arizpe, Vidal Velázquez, uno de los primeros en dar la voz de alerta dos días después del derrame. La empresa nunca hizo saber a los afectados que una mancha de desechos tóxicos corría sobre el río. “A mí me avisaron los ejidatarios de Bacanuchi; estaban espantados porque el agua tenía una nata de aceite y corría chocolatosa”, recuerda el edil.
Los 3 mil habitantes de la cabecera municipal de Arizpe no tienen agua “ni para bañarse”. Los dos pozos de que se surte la comunidad están en la zona de riesgo decretada por las autoridades y por lo tanto cerrados. “Es la tragedia ambiental más grande que hemos tenido y lo peor es la incertidumbre, porque nadie sabe cuándo volveremos a tener agua, cuándo se limpiará el río… cuándo podremos sembrar, si nos lo van a permitir … de palabra, nos expresan la disposición de ayudarnos, pero quién sabe”.
La próxima semana, según la información que les han dado las autoridades, se elaborará un censo de damnificados para incluirlos en un programa de empleo temporal –que se supone será sufragado por la minera–, que consistirá, primero, en hacer labores de limpieza en la comunidad y después en el río.
Región productora de ajo, papa, chile piquín y elotes, hoy todo se seca. Los campesinos tienen prohibido regar sus cultivos o hacer pequeños canales –como en otros años– para llevar agua del río a sus terrenos.
Don Andrés León, que está a la espera de que le indiquen si podrá sembrar sus 13 hectáreas de tierra con ajo, lamenta que tuvieran que dejar correr el agua contaminada del río Sonora, “ahora que sí hubo agua”.