Hermann Bellinghausen
La Jornada
Raúl Álvarez Garín (1941-2014), uno de los egresados más admirables en la historia del noble de por sí Instituto Politécnico Nacional, fue uno de los precursores del movimiento estudiantil de 1968. Y, claro, dirigente clave del 68 mismo. En un recuento de su experiencia rebelde, de vocación pacífica pero revolucionaria, retrataba así a su alma mater, de donde hoy salen a la calle otra vez sus jóvenes para defender las esencias de la institución:
“Jóvenes que han tomado decisiones toda su vida eran y siguen siendo la regla en Chapingo, el Politécnico, las normales y muchas universidades de provincia. Como siempre, en aquella época (los años 60) existían diferencias entre la vida universitaria y la del Politécnico, precisamente por esa necesidad de resolver problemas de la vida diaria de manera independiente; para ellos, los problemas de solidaridad humana estaban desarrollados incluso compulsivamente. Por ejemplo, en alguna ocasión llegó una comisión y le quitó los relojes a todo el mundo, para después repartir las boletas de empeño, pues resultaba que había que operar a un compañero y, como estaba solo, una comisión se hacía cargo.”
Testimonios así iluminan el sentido de la vida de Raúl, fallecido hace unos días. En la pena de perderlo, podemos ver una feliz coincidencia y una suerte de homenaje (involuntario si se quiere) en la constatación de que los chavos del Poli todavía se mueven, con la madurez que siempre los ha caracterizado. También los de las normales rurales, tan apreciadas por Álvarez Garín; los de Ayotzinapa hoy, los de Ayotzinapa siempre. Precursor de todos ellos, con claridad de objetivos, una generosidad extraordinaria y una honestidad comprometida e inquebrantable, su honda experiencia inicia hacia 1958, siendo muy joven. Bueno, había tenido el privilegio de una cuna rebelde, la que meció Manuela, su madre, exilada del naufragio español y primera maestra del futuro luchador. Así le había nacido a Raúl la conciencia.
Él no quiso verse como eterno “dirigente del 68” y no lo fue, aunque muchos crean que sí y lo encasillen sin remedio. Él lo entendió, y decidió usarlo, sin ningún oportunismo, como arma política y de agitación en distintas épocas de su vida. La última sería cuando participó en el asedio jurídico al ex presidente Luis Echeverría, que llevó a la condena popular y el encierro domiciliario para el artífice mayor de la masacre de Tlatelolco.
Físico matemático, politécnico y universitario, maestro y trabajador, fallido comunista (por más que trató de joven, el partido nunca aceptó sus empujes de libertad), organizador y agitador, preso político, exilado en Sudamérica, retornado y apestado un tiempo (pero “en mi experiencia el exilio es peor que la cárcel”, dijo alguna vez), empleado de la Comisión Federal de Electricidad, fundador del Frente Democrático Nacional en apoyo a Cuauhtémoc Cárdenas en 1987-1988 y de los sucesivos partidos de estirpe cardenista (aunque ajeno al actual perredismo cómplice del poder), alguna vez diputado opositor, y toda su vida analista insobornable del devenir nacional. En 1987, cuando se avecinaba el vigésimo aniversario del 68, Hugo Hiriart concibió el proyecto Pensar el 68, que devino un número monográfico del Nexos de entonces, y un libro con ese título (Cal y Arena, 1988). La columna vertebral de aquella reconstrucción memoriosa (en estado virgen todavía, quién hubiera dicho) fueron los testimonios, reveladores y admirables, de Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla y los ex dirigentes politécnicos. En ese momento aún no sucedía la desgracia nacional llamada Carlos Salinas de Gortari. Estaba a punto de suceder.
Con el robo priísta en las elecciones de 1988, la generación del 68 toma el poder, y en mala hora. Salinas mismo pertenece a ella. Numerosos ex dirigentes y militantes del movimiento estudiantil que fue “parteaguas” y toda la cosa se suman al nuevo régimen priísta, endosando al neoliberalismo rampante sus ideales e idearios de nacionalismo revolucionario, maoísmo rural, comunismo moderno o trotskismo. Otros más se entregan a un cinismo trágico y cómico que los condena a la irrelevancia. Todos juntos inauguran la anulación del país que hoy es ya motivo de alarma. Raúl la vio venir. Obstinado y fuerte como lo fuera en la cárcel, o en los trascendentales debates en la revista Punto Crítico durante la década de 1970, nunca se dobló. Él, eso, nunca.
Los estudiante de 2014 tienen la fortuna de contarlo entre sus precursores. Harían bien en conocer el camino de este universitario y politécnico de excepción, quien recordaba: “En 1968 tuvimos una experiencia considerable en materia de difusión Llegábamos a tirar un millón de ejemplares o más de un volante”. Eran mensajes sencillos que qué le piden al tuit: solamente hay violencia cuando llega la policía. “Teníamos mucho papel, y nada más en el taller del Politécnico trabajaban 70 compañeros en dos o tres turnos”.