Angélica Jocelyn Soto
Proceso
TIXTLA, Gro. (apro-cimac).- El origen humilde es una de las condiciones que comparten la mayoría de las 43 madres de los estudiantes normalistas desaparecidos el pasado 26 de septiembre en Iguala, Guerrero.
Natalia de la Cruz, madre de Emiliano Alen de la Cruz (uno de los estudiantes que hoy cumplen 62 días desaparecidos), tiene la ropa desgastada, los huaraches rasgados, habla un español entrecortado y tiene las yemas de sus dedos rojas y lisas por cortar durante toda su vida las espigas del maíz.
Esta mujer, ama de casa y campesina de 54 años, está decidida a ir a cualquier parte del país para buscar a su hijo que en agosto pasado ingresó a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos porque quería apoyar, con conocimiento y dinero, a su familia de cinco integrantes, de los que dos son menores de edad.
“Que el gobierno me lo ponga (a su hijo) donde lo voy a encontrar; a todos los chamacos, a los 43, que yo voy por ellos”, dice Natalia.
Y agrega mientras sostiene entre sus manos el retrato doblado de su hijo y unos papeles:
“Si me dice (el gobierno federal) que mi hijo está en el norte… yo, no sé leer, pero voy al norte”.
Luego señala angustiada: “¿Cómo voy a saber qué dice este papel que me dan (refiriéndose a los documentos que recibió en una de las reuniones que diario sostienen las familias) si no sé leer?”.
De acuerdo con Natalia, el analfabetismo y la pobreza de sus padres era (“es”, rectifica) la principal motivación de “Emi” (como ella llama a su hijo) para estudiar. “Mamá, quiero ir a la escuela porque nosotros somos pobres, no tenemos ‘refri’”, le dijo su hijo meses antes cuando decidió estudiar en la Normal.
“Emi” tiene 23 años y también es campesino. “Mi hijo no fuma ni toma, ni tiene vicios. Mi hijo es un joven, no sé por qué se lo llevaron si él no es culpable”, y asegura que antes de ingresar a la Normal iba de su trabajo (en el campo) a su casa.
A Emiliano lo bautizaron en la Normal como el “Pilas” porque es tranquilo e inteligente. “No da relajo; él es de los pocos que llevan orden, es sereno y razona mejor las cosas. Le gusta tener todo ordenado, en su lugar”, detalló en un discurso la escritora Elena Poniatowska (que entrevistó a otros normalistas) en un mitin en el Zócalo capitalino, al cumplirse un mes de la desaparición de los estudiantes.
Natalia –que en una semana de trabajo (cada día seis horas en el campo y siete horas vendiendo productos del campo) saca 500 pesos– recuerda que su hijo (el mayor de tres) fue por primera vez a clases con 200 pesos en la bolsa para todo el mes.
“No le di yo mucho porque no tengo, pero yo quería que estudiara porque ni su papá ni yo pudimos”, agrega. Le ponía cada semana “sus centavos” (20 pesos) a su teléfono celular para que les llamara.
Entonces suelta otro reclamo para el gobierno federal: “Que nos pusiera un trabajo para las amas de casa del campo, casi no hay nada, más que acarrear tierra y cuidar borregos. Yo quiero un trabajo con una quincena”.
La pesadilla
Natalia relata que el 27 de septiembre, un día después de que los jóvenes fueron agredidos y desaparecidos por policías municipales de Iguala y por el grupo criminal Guerreros Unidos, se acostó a las 8 de la noche. “Nosotros somos campesinos, nos dormimos a las 8 porque no tenemos ni tele, no tenemos nada”, explica.
Recibió la visita del comisario de su localidad, en Ometepec, que le dijo que dos estudiantes de la Normal habían sido asesinados.
“Aquí estamos, no nos hemos ido”, dice Natalia para explicar que ella (pese a las horas de traslados y la falta de recursos) actuó inmediatamente, en contraste con las dos semanas que la Procuraduría General de la República (PGR) dejó pasar antes de tomar el caso.
Natalia relata que viene a las marchas al Distrito Federal, que fue a Acapulco a la toma del aeropuerto y que irá a cualquier lugar donde “el gobierno decida” devolverle a su hijo.
La mayor parte del tiempo lo pasa en la Normal junto con las otras madres. “Quiero (a) mi hijo. Ya tengo cuántos meses aquí. Ya abandoné mi casa por estar aquí día y noche”, reclama. “Dejé los animalitos que tengo. Una campesina tiene aves y puercos y ya no los voy a ver. Ahorita de la hoja que viene el zacate no lo corté para la mazorca”, lamenta.
“Mi esposo y yo somos solos. Sólo papá y mamá estamos viendo por mi hijo, junto con los padres de familia que andamos aquí”, dice para advertir que todos los esfuerzos los están haciendo las familias.
Natalia critica que pese a ir a marchas y estar en todas las reuniones con Jesús Murillo Karam (titular de la PGR), no hay resultados.
Al relatar la reunión que las familias tuvieron con la PGR el pasado 7 de noviembre, cuando se informó que los restos de los estudiantes habrían sido calcinados en un basurero local y arrojados a un río, Natalia reclama que “no se prestó mucho (Murillo Karam); queríamos hablar unos papás con él, pero se salió, que ya se iba, que no tenía mucho tiempo”.
La justicia para Natalia es “que aparezcan estos muchachos. Nosotros no tenemos que ver. Él manda en toda la República (Enrique Peña Nieto). ¿Por qué no dice: ‘hay que entregarlos porque ellos son unos jovencitos que querían estudiar que no llevaban armas’?”.
Natalia no sabe qué le da fortaleza para seguir. “Ya es mucho tiempo, ya que se acabe esta pesadilla. Yo ya quiero a mi hijo; que los padres de familia que están aquí ya nos vayamos”.
Cuando se le pregunta en quién confía más en este momento, responde: “Las madres se acompañan, se dan ánimos. Decimos ‘vamos a salir adelante por los chamacos que sí están vivos’. En mi pensamiento, en mi sentir, yo sé, siento que no están muertos”.