Juan Pacheco
Quadratín
MORELIA, Mich., 16 de diciembre de 2014.- Quién lo iba a decir: una espina fue la que solucionó el caso.
Fue la que dio con quien presuntamente le quitó la vida: el padrastro, un taxista de 42 años.
Así lo estableció el procurador de Justicia, José Martín Godoy Castro.
Fue una investigación exhaustiva, de técnica y ciencia. Cerca de 45 líneas de investigación fueron las que se siguieron.
En 12 días concluyeron los trabajos para dar respuesta al hartazgo, a la inconformidad social, a la movilización inusitada. 10 mil en Uruapan, según reportaron las crónicas. Un poco menos en Morelia y el Distrito Federal, pero todas contra la inseguridad, contra la violencia, contra el exceso, contra el feminicidio de Erika Kassandra Bravo Caro, la joven enfermera que apareció muerta cerca de la comunidad de Las Cocinas.
Godoy Castro daba cuenta este lunes, entrada la tarde, de que el padrastro, Daniel M., hombre de complexión mediana, ya había dado su declaración.
Nada que ver con lo que se pretendió hacer creer: que la joven salió a trabajar, a cuidar unos bebés y regresaría. Todo dentro de la normal. Pero no fue así. Nunca llegó al domicilio del Mirador. Tampoco hubo testimonios de que la joven fuera vista pasar por el lugar, una calle angosta, según Godoy Castro.
Su desaparición ocurrió el día tres, pero fue 48 horas después cuando los familiares notificaron y se abrió la averiguación penal.
Daniel siempre estuvo al tanto de las investigaciones, según el fiscal. Siempre pendiente de los avances y la orientación que llevaría.
Los testimonios de cuatro ex novios de Kassandra lo pusieron en la mira de los investigadores.
Cómo es el destino. La joven confesó a todos, por separado, que su padrastro la había violado a la edad de 15 años.
De hecho, los testimonios indican que ella nunca quiso vivir con su madre. Siempre vivió al amparo de unos tíos.
Durante su declaración, el «ruletero» no tuvo coartada. No justificó los tiempos ni los escenarios donde se encontró ese día.
Usó el taxi para repartir unos calendarios. Sólo eso pudo comprobar. Pero la faltaban horas y espacios que no concordaban.
De acuerdo a Godoy Castro, Daniel aceptó que llegó como a las cinco de la tarde a la casa de la calle López Mateos, en la colonia David Franco.
Una zona de bajo perfil.
Abrió la puerta, mientras Kassandra salía de ducharse. Dice que inició una discusión, fuerte, producto quizás del encono de la joven enfermera por los antecedentes.
«El acusado indicó que la golpeó con el puño cerrado y la tiró al suelo», aclaraba el procurador.
Y de hecho, los estudios forenses demostraron que la joven tenía fracturada la dentadura y la mandíbula. También presentaba heridas en los homóplatos, producto de que el hombre la montó y la dominó.
Acto seguido, añadía al fiscal, apretó del cuello hasta provocarle la muerte, la cual se da por asfixia mecánica.
Treinta minutos estuve a su lado valorando su acción y después, la determinación: la encajueló en el Tsuru, con placas 6933, de la línea Mirindos y enfiló rumbo a Los Reyes. Se paró en un lugar conocido como Las Cocinas y ahí dejó el cuerpo, cuyo rostro fue devorado por fauna del lugar.
No fue desollada, como originalmente se manejó en algunos medios.
Los investigadores de la PGJE afianzaron la declaración y revisaron la casa de Daniel. También su ropa y calzado.
Una espina, similar a las encontradas en la zona donde fue abandonado el cuerpo de Erika Kassandra, fue encontrada en un par de zapatos tenis.
En el vehículo, cabellos de la joven, hundieron al taxista, ya confeso ante las autoridades.