Editorial La Jornada
Cientos de miles de personas se congregaron ayer en las calles de París para expresar rechazo claro, contundente e inequívoco a los atentados extremistas ocurridos la semana pasada en Francia, en los que murieron 17 personas.
Como había sido anunciado, en la manifestación participaron también medio centenar de jefes de Estado y de gobierno, entre ellos el presidente de Francia, Francois Hollande, la canciller alemana, Angela Merkel; el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas; el jefe del Gobierno de España, Mariano Rajoy; y los primeros ministros de Israel, Inglaterra e Italia, Benjamín Netanyahu, David Cameron, y Matteo Renzi, respectivamente.
En el marco de esa concentración de liderazgos políticos, el fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, anunció una cumbre sobre seguridad global, a realizarse en Washington en febrero próximo, a fin de “discutir formas en las que podamos contrarrestar este extremismo violento que existe en el mundo”.
Tras los repudiables asesinatos de periodistas y ciudadanos franceses durante la semana pasada, la sociedad francesa y la de otras partes del mundo ha dado muestra ejemplar no sólo de rechazo a la violencia, la intolerancia y el fanatismo, sino también de defensa a la libertad de expresión y de información.
Por desgracia, como era de esperarse, los atentados han servido también para la reactivación de una oleada reaccionaria y xenófoba en Europa, y ha vigorizado los pronunciamientos de grupos como el Frente Nacional francés, encabezado por Marine Le Pen, quien ayer pidió el endurecimiento de la política migratoria de su país y responsabilizó de los hechos de violencia a la “inmigración masiva”.
Al oportunismo de grupos como el lepenista se sumó en esta ocasión el de gobiernos como Israel, el cual, cabe recordar, mantiene vigente una política de exterminio en los territorios palestinos ocupados que lo han colocado, a ojos de buena parte de la comunidad internacional, como un criminal de guerra e incluso como responsable de delitos contra la humanidad. El propio gobierno de Washington y sus aliados occidentales carecen de autoridad moral para elevar condenas enérgicas contra el terrorismo, cuando han alentado la conformación de ese flagelo en el mundo ya sea en forma indirecta, con sus contraproducentes aventuras bélicas en Afganistán e Irak, o directa, con su respaldo a grupos opositores en Siria, entre los que se encuentran grupos extremistas islámicos.
En este contexto, el llamado a una cumbre de seguridad para el mes entrante genera inquietudes justificadas en torno a lo que se puede venir: una posible intensificación de las intervenciones militares de Occidente en Medio Oriente, y un recrudecimiento de las posturas islamofóbicas en Europa y Estados Unidos.
Las sociedades occidentales que se han manifestado en contra del atroz crimen contra el semanario satírico Charlie Hebdo deberán estar alerta para evitar que la respuesta de sus gobiernos, lejos de ser una reivindicación civilizatoria, se vuelvan pretexto para sembrar cuotas adicionales de barbarie en el mundo.