NEOLIBERALISMO «FELIZ»: Autoridades de EE.UU. humillan a migrantes centroamericanas antes de “liberarlas”

  • Esperan en Laredo que les envíen dinero para “alcanzar” a sus familiares
  • Tras estar detenidas, les entregan un permiso y deben presentarse ante un juez en 30 días

Carlos Figueroa
La Jornada

Laredo, Tex., 1º de julio.

En la central de autobuses de Greyhound, ubicada sobre la avenida Salinas –en el centro de la ciudad–, Jeny Judith y sus tres hijos esperan el dinero que Salvador, su esposo indocumentado que trabaja en Nueva Orleáns, les enviará por Western Union para que puedan comprar un boleto de autobús y alcanzarlo. Ya recorrieron, entre peligros y vejaciones 2 mil 700 kilómetros y atravesaron dos países, Guatemala y México.

Forman parte de un grupo de migrantes centroamericanos que deambulan por la central camionera, utilizada temporalmente como refugio, a la que diariamente las autoridades migratorias canalizan a decenas de indocumentados, 90 por ciento mujeres que cargan a sus hijos, con un permiso de 30 días para internarse en el país.

Sin explicación oficial, y tras permanecer arrestadas con sus hijos en el Centro de Detención para Indocumentados –en realidad una prisión de mínima seguridad, ubicada en las afueras de la ciudad–, se les libera y reciben una carta, que deberán presentar en 30 días ante un juez de migración (en el lugar donde se encuentren), quien determinará si se quedan o las deportan.

A Elvira Hurtado, de 44 años, y a Jeny Judith Artica Caballero, de 31, las une en esta frontera la nacionalidad y el deber de cuidar a sus hijos, luego de permanecer detenidas por entrar sin documentos a Estados Unidos.

Huyen de la pobreza y la violencia

Elvira, oriunda de Ocotepeque, Honduras, viajó sola con su hija Jazmín Durón, de 14 años. Jeny Judith, de Tegucigalpa, es acompañada por sus tres hijos: Carlos Fernando, de 12 años; Jesse Edgardo, de 11, y Celeste, de uno.

“Queremos pedirle una disculpa al presidente (Barack Obama) por entrar sin documentos a su país. No venimos a robar ni a ser una carga, venimos a trabajar. También le damos las gracias por darnos la oportunidad de quedarnos y le decimos que la vamos a aprovechar y no lo vamos a defraudar”, dice Elvira Hurtado, una madre soltera que se dirige a California.

Elvira dejó en Honduras a cuatro hijos mayores de edad y a su madre. Salió con la esperanza de llegar a Estados Unidos para trabajar y conseguir una mejor vida para su hija Yazmín, quien desea estudiar en este país.
“Lo que hemos vivido no lo esperábamos. Nos maltrataron aquí (en Texas). Mi hija estuvo en una cárcel junto a mí durante seis días, hasta que nos dieron una carta para salir, viajar y la obligación de presentarnos ante un juez de migración en 30 días”, dijo Elvira.

“Yo tuve que salir de Honduras porque los delincuentes me estaban extorsionando. Mi esposo trabaja aquí y manda remesas; los delincuentes querían que les pagara o iban a secuestrar a uno de mis hijos. Por eso salí de mi país”, narra Jeny.

Ya la habían secuestrado a ella y sus tres hijos en Honduras. Su esposo tuvo que pagar 5 mil lempiras (unos 3 mil pesos) por conducto de familiares. Por eso le pidió que emprendiera el viaje. Cruzó Guatemala y México. Pasó el Río Bravo en una lancha inflable y en Estados Unidos la arrestaron agentes de la Patrulla Fronteriza.

“Yo nada más traía la ropa de mi hija y la tiraron; dijeron que era basura. A nosotros nos insultaban, nos decían puercos, mugres”, asegura la hondureña.

Junto a sus tres hijos, Jeny Judith permaneció siete días en la cárcel que es usada como centro de detención. Narró que sólo les daban una comida al día, “a veces desayuno, a veces comida, a veces cena, y nos decían: ‘puercos, levántense, no estén dormidos’”.

Al séptimo día de su arresto, a Jeny Judith le dieron una carta para que se presentara ante un juez de migración en un mes y le dijeron que se podía ir, que sólo dejara una dirección para saber dónde iba a estar. Dice que el gobierno tiene un acuerdo con la central camionera para que aquí puedan dormir mientras les llega el dinero. A otros, los parientes les van a comprar un boleto en Greyhound, desde donde se encuentren, para que puedan viajar.

En tanto, sobreviven con el apoyo de la ciudadanía, en su mayoría latinos, que ante la crisis humanitaria se organizaron para llevarles comida y les permiten ir a sus casas a bañarse. Son dos las centrales de autobuses que las autoridades migratorias utilizan como “refugio” temporal para indocumentados centroamericanos. Llegan en oleadas de 60 o cien, y después de varios días siguen su camino.

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