Angustiadas madres de los normalistas desaparecidos sufren, pero saben que sus hijos “están vivos”

MARGENA DE LA O
La Jornada (Foto: Reforma)

Tixtla, 30 de septiembre. Detrás de cada normalistas de Ayotzinapa desaparecido desde el 26 de septiembre hay una historia, casi todas similares. Jhosivani Guerrero de la Cruz, tiene 19 años, y es originario de Omeapa, municipio de Tixtla; es el menor de siete hermanos de una pareja de campesinos, y antes de ser normalista quiso ser químico.

En la confusión del saldo, sus compañeros de la dirigencia estudiantil dieron el nombre de Jhosivani a uno de los dos muertos que reportaron la mañana del sábado. Sus padres descartaron posibilidad y la volvieron a contemplar esa misma tarde con un cuerpo desollado.

La madre de Jhosivani entró al Servicio Médico Forense (Semefo) de Iguala, le tocó las manos al cuerpo sin rostro y ojos, y supo que no era su hijo. Martina de la Cruz, desde hace cuatro días duerme en la Normal –sólo ayer se fue a casa de su hija que vive en la cabecera municipal–; como ella hay decenas de padres en la cancha esperando lo mismo: información del paradero de sus hijos.

Blanca Nava, madre de Jorge Alvarez Nava, otro de los estudiantes desaparecidos, pregunta con voz temblorosa y los ojos rojos, con un velo agua: “oiga, usted que anda en esto, ¿Sabe algo?”.

Hoy, a todos ellos, les llegó una dosis de esperanza al saber que 13 de los 57 aparecieron. Pero en la lista de ubicados de la PGJE ni Jhosivani ni Jorge aparecen.

“Este muchacho no es mi hijo”, pensó Martina de la Cruz cuando tocó las manos del cuerpo del joven desollado que después identificaron como Julio César Mondragón; lo relató este mediodía en la cancha de la normal. “Pienso que mi hijo está vivo”, comenta la mujer al momento que su marido, Margarito Guerrero, ve una fotografía en la que está Joshivani sentado, con su uniforme del Conalep, una carpeta de cartón en las manos, el día de su clausura del bachillerato el 2 de julio pasado.

A Jhosivani algo debió pasarle en la escuela, porque para su madre no era el mismo. Dejó de contestarle grosero cuando le ordenaba un quehacer: “¡Ay, no, no lo voy hacer!” o “A mí qué me importa si no me das dinero”. La madre aseguró que últimamente su hijo solía leer en ratos libres, hablarles con respeto y acomedirse a actividades de la casa. El 20 de septiembre, la última vez que le vio en casa, en Omeapa, un fin de semana de descanso, al llegar de un mandado, recuerda que encontró chaponada toda la hierba del corral de gallinas y puercos; Jhosivani lo había hecho.

Entre sus compañeros, le conocen como El Coreano. En la fotografía que veía su padre muestra por qué ganó el apodo: es una joven delgado, estatura media, piel clara, pelo lacio y erizo, y ojos rasgados.

En julio y agosto, en la planeación de sus estudios superiores, el normalista quiso irse a Puebla y estudiar Ciencias Químicas, pero eso implicaba distancia y gasto. Presentó examen de admisión en Ayotzinapa y se quedó; desde entonces sólo ha tenido que dosificar los 4 mil pesos de su última beca de Oportunidades y pedirle ayuda a sus hermanos. Iván, que se regresó de Estados Unidos ayer, a 15 días de irse, para buscarlo, junto con Ubicel, que vive desde hace seis años del lado gringo, son dos de sus hermanos, y se encargan de su ropa y calzado.

Jhosivani, y su historia, es sólo un caso de los más de 40 normalistas aún desparecidos.

Fuente

NOTIGODÍNEZ EN REDES SOCIALES

¿Gustas apoyarnos? La mejor manera de hacerlo es leyendo, comentando, reflexionando y pasando la voz sobre nuestros contenidos, así como incluyéndonos en tus favoritos. ¡Gracias!

¿Qué opinas?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *