Asaltos en transportes y robos a casas, “el pan de cada día”.
César Arellano García
La Jornada
Son las 10 de la noche; el camión que acaba de salir del paradero de Pantitlán va atestado de oficinistas, obreros, estudiantes y trabajadoras domésticas, cuyos rostros muestran el cansancio de un largo día de labores, pero también cierta tensión por los asaltos constantes. El vehículo se dirige a Pescadores, Las Torres y Santa Elena, municipio de Chimalhuacán, estado de México. En el trayecto dos adolescentes y una mujer se suman al pasaje, silenciosos.
“Cuando íbamos por avenida Bordo de Xochiaca, las tres personas se levantaron de sus lugares, sacaron cuchillos y una pistola. Uno de los ladrones de inmediato apuntó con su arma al chofer, mientras los cómplices gritaban groserías para intimidar a los pasajeros y que sacaran carteras, bolsas y celulares. Quien no hiciera caso a sus indicaciones, advertían, ‘¡se lo carga la chingada!’”
De repente se escucha un grito ensordecedor. Uno de los pasajeros, de aproximadamente 30 años y que se había resistido al robo, recibe una cuchillada en un muslo, que comienza a sangrar en abundancia.
Todo sucede en menos de 10 minutos, aunque para los pasajeros parece una eternidad. “Yo corrí, digamos, con suerte. Cuando se acercó uno de los rateros para quitarme mis pertenencias, ya las tenía en la mano, pero las rechazó. No entendí por qué, sino hasta que me dijo: ‘esa chingadera ya no se vende, mejor dame dinero’. Se refería a mi celular BlackBerry ya descontinuado. Saqué del pantalón la cartera y le di los únicos 200 pesos que traía”.
Los asaltantes se bajan del camión algunas cuadras adelante y se pierden por las calles oscuras, mientras que al pasajero herido lo atiende personal de una ambulancia, luego de que el chofer llama a una patrulla que circula por la zona.
Este es el testimonio de una de las víctimas de los muchos asaltos que se cometen a diario en municipios del estado de México y a los que están expuestos miles de ciudadanos que por las mañanas se trasladan a realizar actividades al Distrito Federal y regresan por las noches.
Es 18 de mayo. Alberto Rivera camina por las calles de la colonia San Agustín, Ecatepec, cuando dos sujetos lo amenazan con una pistola. Le roban su celular, cartera y un instrumento musical.
“La frase que me quedó muy grabada es que uno le decía al otro: ‘suéltale un plomazo’, a pesar de que no me resistí al asalto. Utilizaron constantemente esa frase para intimidarme”.
A diario la capital del país recibe 2.2 millones de personas de 40 municipios conurbados del estado de México, que trabajan, estudian o realizan algún trámite, según un estudio que la Secretaría de Gobierno capitalina entregó a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en 2011.
La mayoría de esas personas viven en “ciudades dormitorio”, algunas carecen de servicios educativos, de salud, agua, luz y oportunidades laborales, lo que implica que sus habitantes tengan que desplazarse.
En muchas ocasiones los ladrones exigen a las personas que se quiten los zapatos y, en casos extremos, que se bajen los pantalones para asegurarse de que no esconden billetes, carteras o monederos.
Ante el incremento de la inseguridad en municipios del valle de México, los residentes viven en la zozobra, atemorizados e ideando estrategias ingeniosas para que les quiten lo menos posible del “poco salario” que ganan.
Algunas personas han diseñado libros para esconder tablets electrónicos, rodilleras con bolsas, botellas y latas de plástico en forma de termo, encendedores desechables, cinturones con cierres; incluso hay quienes usan dos carteras. “El ingenio al servicio del salario mínimo”. Atrás quedaron el brasier y el calcetín como escondites secretos del dinero.
«Protecciones» desprotegidas
Pero la gente no vive sólo con la angustia de ser asaltada en el transporte público. Muchos salen a laborar con la preocupación de que al regresar podrían encontrar sus hogares saqueados por los delincuentes, como sucede con frecuencia.
En la unidad habitacional Nuevas Villas de la Laguna, en Zumpango, denuncian que en los meses recientes el robo domiciliario ha sido una constante y que los rateros aprovechan su ausencia.
Pese al esfuerzo de algunos ciudadanos por tomar medidas de seguridad, como colocar protecciones en puertas y ventanas o doble chapa, ello no impide que los ladrones hagan de las suyas. Aquí el ingenio está del lado de la delincuencia, pues hasta las protecciones se llevan.
“Lo que más nos roban son los tanques de gas y bóilers. La semana pasada llegué a casa en la noche. Cuando ingresé noté algo raro, pero no le di importancia. Al abrir la puerta del baño ya no había regadera, inodoro ni lavabo. También me robaron el calentador de agua con todos sus accesorios”, lamenta Juan Jacobo, quien trabaja de mesero en la colonia Condesa de la capital.
Omar Alejandro renta una casa desde hace tres años en la colonia Héroes de Ecatepec. A finales del año pasado los delincuentes rompieron el pequeño domo de la azotea para robarle ropa.
En febrero de este año violaron las cerraduras de su casa para llevarse un par de pantallas planas y electrodomésticos. “Aún no daba ni siquiera el primer pago y estos cabrones ya me pasaron a fregar”, se queja.
El mismo patrón de conducta se repite en unidades habitacionales de Coacalco y Tecámac, donde los vecinos se manifiestan molestos, ya que los robos a casa habitación son cosa diaria.
Los ciudadanos ya no saben qué rutas tomar, pues la mayoría de los asaltos en camiones y combis del transporte público se cometen en la franja fronteriza entre el Distrito Federal y el estado de México. Es una especie de tierra de nadie por la que pasan todas las mañanas para llegar al trabajo y, por las noches, regresar a sus hogares.