La Jornada
Ayer, pocas horas antes de que las fuerzas israelíes asesinaran a cuatro niños que jugaban futbol en una playa de Gaza, una comisión del senado estadunidense aprobó una partida de 622 millones de dólares para financiar sistemas de defensa de Israel; esto en el contexto de una ayuda militar global de Washington a Tel Aviv que asciende, en el presente año fiscal, a 3 mil 600 millones de dólares. Para el próximo periodo el gobierno de Barack Obama ha solicitado una suma similar. De acuerdo con un reportaje publicado ayer en estas páginas, las cifras indican que el mandatario ha mantenido e incrementado la asistencia militar pactada en 2007 por su antecesor, George W. Bush, quien se comprometió a aportar a las autoridades de israelíes 30 mil millones de dólares en 10 años para la adquisición de equipo bélico, en lo que llamó una inversión en la paz” (La Jornada, 16/7/14, p. 27).
En realidad, tal inversión ha dejado hasta la fecha un saldo de cerca de 2 mil muertos y más de 6 mil heridos (parte importante de ellos, civiles), así como miles de viviendas y edificios demolidos sólo en los ataques masivos lanzados por el régimen de Tel Aviv contra la población de Gaza en 2008, 2009, 2012 y el presente año. En efecto, los cazabombarderos y los helicópteros de guerra empleados por los militares israelíes contra civiles inermes son, invariablemente, de fabricación estadunidense, como lo son, en parte, los explosivos (unas mil 500 toneladas de bombas) y las municiones lanzadas sobre los habitantes de Gaza.
En contraste con la total indefensión de los palestinos, el gobierno de Estados Unidos aporta centenas de millones de dólares para el desarrollo de un sistema israelí “antimisiles” destinado a atajar proyectiles rudimentarios lanzados desde la franja de Gaza que en una década han causado la muerte a una treintena de israelíes, civiles en su mayor parte.
En tales circunstancias, resulta inocultable la doble moral de Washington: por un lado, la Casa Blanca –esté habitada por republicanos o demócratas– habla de “ayudar a la paz” mientras despacha envíos masivos de armas a Israel; por el otro, invierte sumas estratosféricas en sistemas de intercepción para cohetes carentes de valor militar y con una capacidad destructiva casi simbólica –sistemáticamente presentados en los medios occidentales como una grave amenaza a los habitantes del Estado judío–, pero dota al régimen de Tel Aviv de aeronaves y de materiales bélicos con tecnología de punta y un poder devastador.
Es significativo, por cierto, que a pesar de la pregonada “inteligencia” de las armas israelíes (o estadunidenses) y de las declaraciones de los gobernantes de Tel Aviv de que no buscan matar a civiles inocentes, cuatro niños muertos fueron ultimados ayer en una playa de Gaza en presencia de periodistas internacionales, y todos los testimonios coinciden en afirmar que no había manera de confundirlos con combatientes ni con “escudos humanos”.
Así pues, el gobierno de Estados Unidos es inocultablemente corresponsable y cómplice de los crímenes de guerra que se están cometiendo contra la población de Gaza y no tiene autoridad moral alguna para presentarse como promotor de paz en un conflicto en el que es, de hecho, parte beligerante, y en el cual los agresores realizan una permanente siembra de rencores y de odios. Con estos hechos en mente, no deja de resultar paradójico que en ocasiones los funcionarios de Washington se digan sorprendidos por la virulencia antiestadunidense que adquieren diversas organizaciones fundamentalistas árabes e islámicas, cuando esa virulencia ha sido sistemáticamente alimentada durante décadas por la propia superpotencia.