Mientras los mexicanos sigamos divididos, el enemigo nos seguirá venciendo… y México se muere

“En política y sociología, divide y vencerás [del griego: διαίρει καὶ βασίλευε, diaírei kaì basíleue] se utiliza para definir una estrategia orientada a mantener bajo control un territorio y/o una población, dividiendo y fragmentando el poder de las distintas facciones o grupos allí existentes, de tal manera que no puedan reunirse en pos de un objetivo común. […] Y precisamente, para evitar uniones y entendimientos, el poder central tiende a dividir y a crear disensiones y desconfianzas entre las distintas facciones, a fin de disminuir las posibilidades de uniones y entendimiento en contra de sí mismo”.- Wikipedia

No soy militante del Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Sin embargo, tengo coincidencias de fondo con algunos de sus integrantes, al margen de que no creo en la vía partidista como estrategia para cambiar al país, respeto sus motivos y sus intenciones. Sé perfectamente que tras haber leído eso, varios visitantes ya habrán salido de esta página esbozando una sonrisita maliciosa y pensando “¡lo sabía! Es un vendido, morenaco, morenazi, pejezombie, pejebot” y demás apelativos que los detractores de ese partido político han acuñado para etiquetar despectivamente a su militancia, como hacen los demás bandos de la fragmentada sociedad mexicana al referirse a sus “adversarios”.

Tristemente —y lo más grave—, entre quienes ya me han encostalado erróneamente con los AMLOvers, también se encuentran compañeros que enarbolan los mismos ideales e igualmente luchan, desde su trinchera, por la regeneración nacional. En mi opinión, todos los mexicanos que auténticamente se han propuesto rescatar, recuperar y reconstruir a la nación, forman parte de ese movimiento por más que Andrés Manuel López Obrador y sus correligionarios tengan la “marca registrada” y se ostenten, pretenciosamente para muchos, como “la esperanza de México”.

El movimiento por la regeneración nacional no es monopolio de nadie. Al contrario, la lucha por el rescate de la nación es obligación de todos los mexicanos. Tal como aseguramos el bienestar de nuestros hogares hasta el último detalle, debemos vigilar que las cosas marchen correctamente en la gran casa de todos que es México. En esto cualquier mexicano debería coincidir no obstante su militancia política, religión, ideología personal o cualquiera otra condición social. Se supone que todos queremos lo mismo: el bienestar de México. ¿Por qué entonces el encono y animadversión entre la ciudadanía, particularmente entre quienes trabajan de forma activa por lograr ese bienestar como país?

Es evidente que hay grupos beneficiándose de la polarización social. Los mismos que hicieron de México un paraíso de corrupción, impunidad y profunda desigualdad, han logrado enajenar a la población para que sea indiferente a los grandes problemas del país. Pero su mayor éxito radica en haber dividido al sector que intenta hacer algo por resolver dicha problemática. Mientras ellos refuerzan su cohesión y avanzan con mayor celeridad en sus agendas contrarias al interés nacional, los ciudadanos “conscientes e informados” no están unidos, radicalizan cada vez más sus posturas, sectarizan sus acciones y terminan atrapados en un puritanismo ideológico nefasto que raya en el fanatismo, y que a la larga sólo ha traído como resultado la nula efectividad de sus esfuerzos.

Vean, si no, la situación del país en este momento: invasión de empresas extranjeras a todo vapor tras liquidar las conquistas del cardenismo, con manga ancha en las “leyes” y la Constitución “reformada” para saquear a placer. ¿Las consecuencias? Más riqueza para los de siempre mientras el pueblo es obligado a reponer lo robado con gasolinazos ilegales, impuestos crecientes, precios a la alza, menos salario, menos derechos en todos los ámbitos y recortes presupuestales a rubros clave, táctica que sirve a su vez para acelerar el desmantelamiento de la planta productiva. El doctor Alfredo Jalife —ave de tempestades, por cierto, entre la ciudadanía “informada-polarizada”— lo señaló con precisión meridiana cuando denunció las pretensiones de la “reforma” impulsada en 2008 por el entonces usurpador Felipe Calderón: “Quien controla el petróleo y el agua, dominará al mundo. Y parece que en México queremos que nos dominen. No queremos tener una carta petrolera que nos da poder”. Pues lo lograron. Al fin liquidaron las conquistas revolucionarias que impedían a la oligarquía, al menos en el papel, apoderarse de toda la infraestructura nacional —carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, industria energética, telecomunicaciones, etc.— y recursos naturales —minas, tierras, playas, mar, sol, viento, agua y petróleo.

Esa era la meta fundamental de los fraudes y usurpaciones presidenciales. Se salieron con la suya y no hicimos —y seguimos sin hacer— NADA para impedirlo, porque en buena medida hemos estado más ocupados descalificándonos entre nosotros, saboteando y debilitando nuestra lucha, mientras el verdadero enemigo se queda risa y risa poniéndonos el pie en el pescuezo.

Un ejemplo eminente de esta absurda polarización fue lo ocurrido durante la reciente visita de López Obrador a Nueva York, donde Antonio Tizapa, padre de un normalista de Ayotzinapa desaparecido, increpó al tabasqueño sobre sus presuntos vínculos con el ex «gobernador» de Guerrero, Ángel Aguirre, y el ex «alcalde» de Iguala, José Luis Abarca, señalados por el régimen usurpador de Peña Nieto como autores intelectuales de la desaparición de los 43 normalistas.

De entrada es falso que López Obrador haya reprimido y mandado callar al inconforme, como también es una calumnia ruin que Tizapa haya sido reclutado por adversarios del tabasqueño para reventar su evento. Uno ejerció su derecho a la protesta y el otro le dio respuesta de frente, sin huir ni enviar de por medio a sus guaruras (reto a quienes se rasgan las vestiduras por la supuesta actitud «prepotente» del Peje, a protestar igual contra Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón Hinojosa o su mujer, a ver si pueden al menos acercarse). Revisando fríamente la situación y haciendo a un lado la manipulación mediática —trampa de confrontación—, no hay motivo real para hacer tanta alharaca. Sin embargo lo ocurrido ha generado un disenso tan agudo, que a la fecha siguen presentándose fuertes rupturas entre simpatizantes de Morena y activistas sin partido, pese a que, se supone, coinciden en la meta de cambiar a México, prioritaria frente a cualquier otro interés personal o grupal. ¿Por qué tanto pleito? ¿Quién se beneficia al final con estas fricciones del pueblo con el pueblo?

La gran oligarquía es el verdadero enemigo y la situación actual del país lo demuestra sin discusión alguna. Es la beneficiaria final de las contrarreformas impuestas por sus empleados en las «instituciones»; es el desquiciado cerebro orquestador de los fraudes electorales, represiones, masacres, desapariciones y asesinatos de quienes estorban a su irrefrenable voracidad. Y claro, la oligarquía celebra complacida que su estrategia de ocultarse tras la “política” a su servicio, funcione perfectamente para que los mexicanos no puedan identificarla como el factor clave de la rampante desigualdad, descontento, violencia y descomposición social, mientras se entrampan en conflictos estériles en vez de unirse y combatirla a través del boicot permanente.

Este es un llamado a los compañeros de Morena —sí, COMPAÑEROS, los de abajo, que hoy por hoy suman la base más amplia de ciudadanos que buscan un cambio— y de todos los demás grupos que, atomizados y divididos, impulsan de buena fe sus luchas para rescatar a México de las garras de esa oligarquía brutal. Es hora de hacer a un lado diferencias en la forma y ponernos de acuerdo en el fondo, porque luchando por separado como hasta ahora, los resultados han sido nefastos respecto de nuestros objetivos.

No sé con claridad cómo lograr esa necesaria unidad, pero supongo que el proceso inicia bajando momentáneamente nuestras “defensas ideológicas” —que no rendirlas— y escuchar al otro sin descalificar a priori sus argumentos. Claro que habrá diferencias en las propuestas y formas de lucha. Entre personas inteligentes siempre habrá discrepancias de pensamiento. ¡Qué mundo mortíferamente aburrido sería éste si todos pensaran igual! El reto, que ha demostrado ser enorme, radica en superar esas diferencias y sacrificar quizá parte de nuestros puntos de vista en aras de fortalecer las coincidencias.

Lo único claro es que TENEMOS QUE UNIRNOS YA para avanzar juntos, fuertes e invencibles hacia la meta común. Vamos muy tarde en materializar la vieja máxima de “EL PUEBLO UNIDO JAMÁS SERÁ VENCIDO”, coreada tantas veces en marchas y protestas. Honrémosla y anulemos el napoleónico divide et impera que tanto le ha funcionado a la oligarquía para fragmentarnos, someternos, esclavizarnos y cegarnos a su sanguinaria existencia.

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