TERCER INFORME… DE LA BARBARIE: Muertos, desaparecidos, pobreza, corrupción… y «todo sereno»

A poco tiempo de cumplirse tres años con el asesino de Atenco Enrique Peña Nieto usurpando la presidencia, lo que está ocurriendo en México da la medida exacta de nuestra propia ignominia y vergüenza como pueblo, porque somos absolutamente corresponsables de todo ello.

Tres años con Peña Nieto… suena a delirio surrealista. ¿Cómo hemos podido aguantar tanto? En el más vergonzoso olvido han quedado las protestas contra la imposición encaminadas a evitar, más allá de la presencia del sujeto en Los Pinos, lo que sabíamos que pasaría en consecuencia. Pero hasta los pronósticos más pesimistas quedaron rebasados cuando el asesino de Atenco se robó el poder. Nadie previó tanta barbarie en tan poco tiempo.

Por momentos resulta absurdo hacer el recuento de lo sucedido durante estos tres años. Tenemos que hacerlo porque es nuestra obligación como medio alternativo, pero visto desde afuera, todo el asunto parece un estridente circo en cuyas pistas se repiten una y otra vez los mismos actos barbáricos; como si estuviéramos siendo obligados a volver a ver una mala película, cada vez con peores agravios, aberraciones e insultos a la inteligencia. Y al final de todos los análisis, la conclusión, por más dura que sea, es que los mexicanos tienen la culpa de lo que les pasa, por permitirlo sin siquiera presentar una mínima resistencia.

No pretendemos eximir de su responsabilidad a los perpetradores de tantas afrentas a la nación. Ellos están perfectamente exhibidos, identificados y marcados como delincuentes cuyo único lugar en este mundo es la cárcel. Pero tampoco vamos a caer en la trampa mortal de victimizar a un pueblo que tiene el poder para defenderse de forma eficaz y no lo hace. Al aferrarse a su inmovilidad se vuelve cómplice de las peores brutalidades contra la patria. Esa es la clave del cambio que impulsamos en esta labor informativa: crear la conciencia de nuestra responsabilidad directa e indirecta –por omisión– en la sucesión de hechos que van conformando nuestra realidad. Hemos delegado el control de nuestro destino a un grupo de criminales, a sabiendas de lo que son y el daño que pueden hacer. Ahí radica nuestra complicidad.

Mientras tanto, la barbarie del actual régimen usurpador no sólo se manifiesta a través de la violencia. Tiene otros rostros igualmente aterradores e ignominiosos como la pobreza, con el doble agravio de que el pueblo empobrecido mantiene a los hombres más ricos del planeta. La democracia «a la mexicana» alcanza su máximo esplendor en esa grotesca inequidad, pero el pueblo sigue sin reaccionar. «Todo sereno» en el teatro del absurdo llamado México, con más de 100 millones de pobres alcanzados en poco menos de tres años de régimen peñista.

Cuando treinta o cuarenta empresarios acumulan toda la riqueza de un país, se produce lo que está ocurriendo en México: quiebra económica, debilidad cambiaria (devaluaciones) y aumento incontrolable de la pobreza. Son consecuencias lógicas de un abusivo sistema que no puede sostenerse más.

¿Y las pocas voces que, mal o bien, se alzan para exigir justicia? Silenciadas bajo el brazo represor del sistema, integrado por los falsos medios de comunicación y las «fuerzas de seguridad» del Estado usurpado. Los primeros desprestigian la protesta social y generan mentes débiles, incapaces de rebelarse ante los abusos de poder; y las segundas masacran directamente al pueblo, lo ablandan a garrotazos y a balazos si es necesario, inhibiendo cualquier posibilidad de reacción. En tal sentido, la crisis de derechos humanos que se vive en México es quizá la más profunda de su historia.

En unos cuantos meses, las «fuerzas del Estado» serviles al régimen usurpador acumularon una serie de brutalidades como nunca se había visto ni siquiera con el genocida Felipe Calderón Hinojosa: Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingán, Ecuandureo (Tanhuato), Ostula, Calera… Una ola monstruosa de sangre, ejecuciones a mansalva, desaparecidos, desplazados por trata de personas, torturados… y la cifra macabra de 57 MIL 410 ASESINADOS. Casi los 60 mil de Calderón en la mitad del tiempo que a éste le llevó acumularlos. Súmense más de 12 MIL 500 DESAPARECIDOS según datos de Amnistía Internacional, sólo durante el régimen espurio de Peña (Segob contabiliza un total de 24 mil 812). Y «todo sereno» en el teatro sangriento del absurdo llamado México.

Pero la violencia, la sangre y la muerte no se llevan el «premio» como el sello principal de la gestión espuria de Peña Nieto. La corrupción destaca también con singular pestilencia. Desde la «Secretaría de Desarrollo Social» por ejemplo, en poder estos tres años ni más ni menos de una de las delincuentes más corruptas del mundo, Rosario Robles Berlanga, «funcionarios» se enriquecieron a manos llenas, «ganaron» elecciones y dispusieron de recursos millonarios para las campañas de sus aliados y otros «gastos». Esto es sólo la punta de un iceberg monstruoso en cuya base descansan onerosos contratos de obra pública otorgados a empresas «amigas» de Peña Nieto: Grupo Higa, la española OHL, la familia San Román, Carlos Slim, Salinas de Gortari y un largo etcétera de prósperos empresarios mantenidos por todos los mexicanos, a cambio de mansiones y otros lujos para la «clase política» a su servicio.

Podríamos ir a detalle en todos los rubros de la vida nacional –educación, salud, apoyo al campo, planta productiva del Estado, etc.– cuyo deterioro es alarmante a consecuencia de todo lo arriba expuesto, particularmente el estancamiento económico y el saqueo sin precedentes, pero sería redundar en información que de cualquier forma lleva a una sola causa: la incapacidad de reacción de los mexicanos para ponerle freno a todo ello.

Lo dijimos en nuestro reporte sobre el «informe» del año pasado: esperar hasta 2018 es un acto suicida. Adelantamos que la espiral de agravios crecería y, en apenas un año, fuimos ampliamente rebasados en nuestros pronósticos. Ni aspiramos ni queremos seguir haciendo la reseña del aumento en los muertos, la pobreza, corrupción, fraudes y demás atrocidades año con año. Sería materializar la definición de locura de Albert Einstein y no estamos dispuestos a ello.

Nuestra intención –que no ilusión o sueño imposible– es cambiar la situación del país y abrir el camino para una vida digna que incluya a todos los mexicanos. Tenemos el potencial para lograrlo porque hemos sido capaces de mantener el estado actual de las cosas con toda su injusticia e inequidades. De igual forma podemos perfectamente hacerlo en sentido inverso, con justicia, dignidad y prosperidad para todos.

El proceso para lograr ese objetivo consta de varios pasos. Uno muy importante es el derrocamiento de los criminales que actualmente usurpan el poder, aunque no es el único y en un sentido estricto de conciencia, no es el más importante. Sin embargo es clave para lograr el empoderamiento de un pueblo necesitado de autoestima y confianza en sí mismo. Si la mafia usurpadora cae como resultado de la firme voluntad del pueblo, éste será consciente al fin del enorme poder que alberga.

Tenemos la oportunidad de dar ese paso este 14 de octubre con el paro nacional convocado por diversas voces y trincheras en un esfuerzo para cohesionarse. La no colaboración absoluta con esa caterva delincuencial, «dejarlos solos», desprotegidos y exhibidos, es la única forma de lucha inteligente y no violenta por excelencia, capaz de generar el impulso para dar ese primer paso.

Convencer a otros, organizar y difundir, es la tarea que tienen por delante en las próximas semanas –y siempre– quienes por convicción genuina se han comprometido con la noble y alta misión de recuperar este país que clama por ser devuelto a su pueblo.

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