Álvaro Delgado
Proceso
MÉXICO, D.F. (apro).- Si la promesa a los mexicanos fue que la selección de futbol llegaría en el Mundial de Brasil a cuartos de final, al mítico quinto partido, entonces esa aventura tiene un solo nombre: Fracaso.
No son atenuantes si los jugadores “se murieron en la cancha”, si el arbitraje fue parcial y ni siquiera si Miguel El Piojo Herrera reanimó a un equipo moribundo, porque a él sus jefes le impusieron una meta precisa: El quinto juego.
“La única forma de sacarnos la espina de la mala clasificación es siendo protagonistas en Brasil. Jugar un quinto partido es una meta que tenemos como piso, los jugadores están comprometidos en ello”, ratificó Justino Compeán, presidente de la Federación Mexicana de Futbol (FMF), en vísperas del inicio del Mundial de Brasil.
Dos semanas antes, El Piojo subrayó: “Éxito será cuando logremos pasar a ese quinto partido como mínimo, entonces empezaremos a pensar que el Mundial ya es un éxito para nosotros”.
A finales de mayo, en entrevista con los reporteros de Proceso Beatriz Pereyra y Raúl Ochoa, Herrera reveló su propia meta, más ambiciosa, y las consecuencias de no lograrla:
“Siete partidos es mi objetivo, porque es jugar la final o el partido por el tercer lugar. En mi contrato está que me darán mi premio sólo si llego al quinto partido, y pude haber pedido el premio, como todo el mundo, con nomás llegar al cuarto”.
La sinceridad de Herrera sólo subraya el tamaño del fiasco en Brasil tras el derrumbe ante Holanda. Luego de destellos de buen futbol, personalidad y orden en la cancha, los jugadores mexicanos y su técnico volvieron –a la mera hora– a hacerse chiquitos.
Es un asunto de mentalidad, pero también estructural: Los que controlan el futbol, la selección, son los mismos de siempre. Nunca como ahora fue la Selección Televisa. Es vino nuevo en odres viejos, aun con las magníficas conquistas del oro en Londres 2012 y los dos títulos mundiales Sub 17.
Y ya basta de excusas: Admitir que no se cumplió lo prometido puede inaugurar la rectificación, mientras que agradecer el fraude y transferir responsabilidades sólo auspicia más fracasos.
Eso nos ha pasado como selección, pero también como país. La memoria social volátil ha facilitado que los impostores dominen la vida pública, que las promesas de campaña no se honren y que se consume lo contrario a lo ofrecido.
En los cinco mundiales más recientes, desde 1994, la promesa del quinto juego ha sido la misma y el fracaso ha sido análogo, con idénticas reacciones sociales de frustración y furia que pronto se diluyen.
Como en el futbol, en la política la indolencia o dejadez ha permitido que la corrupción, la impunidad, la opacidad, la simulación, la censura y la manipulación sean las conductas predominantes.
Por eso de la administración de la abundancia de José López Portillo se pasó al colapso de la economía; del primer mundo con Carlos Salinas a la exhibición de la miseria; del “bienestar para tu familia” de Ernesto Zedillo a la pérdida del patrimonio y el rescate de los banqueros.
Por eso, por la indolencia de los mexicanos, la democracia electoral con Vicente Fox se tornó en corrupción e ineptitud; los empleos prometidos por Felipe Calderón se convirtieron en más de 12 millones de pobres, en violencia y dolor.
Y por eso Enrique Peña, que compró la Presidencia, ha puesto en ganga al país prácticamente sin oposición.
Tiene razón El Piojo Herrera, quien en la entrevista con Proceso confesó haber sido priista que luego votó por Fox, Calderón y Peña:
“Tenemos la responsabilidad deportiva de un país. Somos la representación del sentimiento de los mexicanos porque el futbol nos causa felicidad inmensa o un dolor tremendo. Pero no nos jugamos la patria con la Selección. Hemos asistido a 14 mundiales y la patria ahí sigue; si la Selección pierde, el país no se cae. Ha habido cosas peores que pierda la Selección…”
–¿Está al tanto de problemas como la pobreza y la desigualdad social, la violencia y la corrupción? ¿Cuál es su posición ante estas situaciones?
–Ni aunque fuéramos campeones del mundo vamos a cambiar eso. (Lo que sí lo cambiaría sería) que como ciudadano exija que los políticos que están en sus cargos cumplan con sus promesas. Soy apartidista, pero sí analizo a las personas (a los candidatos), y eso lo tendríamos que hacer todos los mexicanos en lugar de ir como borregos atrás de un estandarte o un símbolo.
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