Leticia Ochoa
La Jornada (Foto: La Jornada)
De los cientos de personas que ejercen la mendicidad en los vagones del Metro de la Ciudad de México, destacan por su cuantía los migrantes originarios de la Sierra Norte del estado de Puebla, los cuales se caracterizan por su condición de pobreza, marginación y vulnerabilidad. Muchos de ellos han partido de sus lugares de origen al no encontrar ahí oportunidades de trabajo y desarrollo, por lo que han hallado en la limosna de los habitantes de la gran urbe una forma para sobrevivir.
Esos son los resultados de un estudio realizado por el investigador Erick Serna Luna, del Colegio de México, quien participó en el Congreso Internacional “Economía, Medio Ambiente y Territorio” organizado por la Universidad Autónoma de Puebla (UAP).
Los migrantes poblanos se dispersan en las 11 estaciones que tiene el metro de la Ciudad de México, pero en especial se concentran en las paradas de Etiopía, Tacuba e Insurgentes, muy cerca de esta última estación muchos de ellos viven en predios de escasos recursos.
La dinámica de estos poblanos es repartir papelitos entre los usuarios de los vagones, pues muchos de ellos solo hablan náhuatl o mazahua, en ellos describen la situación de pobreza en la que viven. Van descalzos, con vestimentas típicas rurales o visten como pobres urbanos: pantalón de mezclilla, playera gastada y zapatos de hule. Algunos van acompañados de niños “para provocar la caridad”, señala el investigador.
“El problema no es sí es verdad o es mentira lo que están diciendo en los papelitos, sino el punto es reflexionar que a partir de las violencias estructurales que sufren este tipo de poblaciones, ellos van construyendo sus propias dinámicas de subsistencia y su recurso es su pobreza y la explotan para sobrevivir”, expone Serra Luna.
La mayoría son del municipio de Huitzilan de Serdán, de la comunidad de San Miguel del Progreso, dicha región es identificada por la Secretaría de Desarrollo Social con porcentajes altos y muy altos de pobreza extrema, marginación y rezago social, donde la principal actividad económica es rural y 8 mil de sus 12 mil habitantes hablan una lengua indígena.
Serna Luna advirtió que hay sospechas de que estos migrantes poblanos pueden también estar siendo víctimas de trata y explotación laboral, aunque la mendicidad en ciudades como el Distrito Federal representa en términos globales montos millonarios y causa entre la clase media un sentimiento de indignación, el sociólogo destaca que se debe ver el fondo del asunto, que es que este grupo de personas son grupos de segregados del mercado formal de trabajo.
“En terminos teóricos tienen fuerza de trabajo, pero para ser honestos quién contrataría a personas que hablan náhuatl o mazahua y la única opción es que se contraten en la construcción o como diableros a la merced, limpiaparabrisas; es decir, solo se pueden desempeñar en actividades de subsistencia, no de desarrollo”.
Lo que los gobiernos deberían hacer, afirma, es poner en marcha necesarias políticas metropolitanas, atender los problemas de origen que es la pobreza y marginación, que en este caso es de la Sierra Norte de Puebla.