Autodefensas de la UPOEG revisan el monte a golpe de machete, buscando a normalistas desaparecidos

Arturo Cano
La Jornada (Imagen de archivo)

Iguala, Gro., 8 de octubre. La caravana tarda en salir y, cuando al fin lo hace, se extravía en los caminos, va y viene al parecer sin rumbo, en los alrededores del cerro donde fue encontrada una fosa con restos humanos el pasado sábado 4.

El convoy está formado por unos 50 vehículos en los que viajan alrededor de 500 guardias comunitarios, miembros de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (Upoeg). Han llegado a Iguala desarmados, condición que les puso el gobierno estatal, y han pernoctado en una escuela preparatoria de la Universidad Autónoma de Guerrero.

“Vamos a rastrear cerro por cerro y a buscar a los normalistas y todos los nuestros que han desaparecido durante años”, dice Bruno Plácido, principal dirigente de la Upoeg (todo el tiempo, por radio, se habla de “Bruno quiere” o “Bruno dice”).

Método campesino de rastreo

Luego de un tanteo camino del cerro donde aún se encuentran las fosas abiertas, el convoy se divide en dos. Un grupo rodea el Cerro Gordo y se divide en brigadas de tres integrantes para “peinar” la zona. A machete limpio, entre huizaches y yerbas, con un calorón del demonio, la Upoeg cumple el cometido cuando algunos de sus integrantes llegan a la cima. Es el “método campesino” de rastreo. “Los policías nomás andan por las veredas, nunca se meten a monte”, dice un muchacho que reconoce que en su municipio de origen, Tecoanapa, han logrado mayor seguridad desde el nacimiento de la policía comunitaria, pero aún no pueden decir que acabaron con la delincuencia organizada.

Los comunitarios de la Costa Chica viajan acompañados de lo que llaman “información confidencial, pero segura”.

“La gente no confía en la policía, pero a nosotros sí nos cuenta”, dice el comandante Miguel Ángel Jiménez, mientras el jardín de niños cercano da por terminadas las labores antes del horario habitual y los pequeños salen en grupos, rodeados de sus madres.

El comandante informa también que un grupo de avanzada “ubicó una casa” de la cual “salieron corriendo unos cabrones”. No detuvieron a nadie porque no vienen armados –machetes y algunas varillas son sus únicas armas. Pero que ya volverán, con armas, si la delincuencia organizada se atreve a atacarlos.

No hay ataque, aunque sí vigilancia. La experiencia de los comunitarios les permite reconocer rápidamente a los halcones (vigilantes) de la delincuencia, que los siguen en su camino. Personajes similares a los que toman fotografías con sus teléfonos a los nutridos grupos de reporteros que cubren la tragedia.

Tras el “peinado” del cerro, los comunitarios retornan al camino que conduce a las fosas, pero se encuentran con que la vigilancia se ha reforzado –ahora a cargo de la policía estatal– y les impiden el paso.

El otro grupo agarra camino a Cocula. En un retén, donde hay estatales y marinos, le dan paso libre.

El sábado 4, la prensa conoció, por filtraciones, del hallazgo de fosas clandestinas. Lo primero fueron rumores. Se hablaba de varios lugares. Uno de ellos, el municipio de Cocula, cuya cabecera se encuentra a sólo 22 kilómetros de Iguala.

Hacia allá parte uno de los grupos, que toma la desviación que conduce a Tecomatlán y atraviesa un largo vado, en un punto que el letrero de la Conagua identifica como Las Juntas. Ahí usan palas en un sitio donde hay tierra suelta, pero no encuentran nada.

Unos metros adelante hay varias propiedades semiabandonadas. En una de ellas, los comunitarios rompen candados y revisan todos los objetos. Encuentran unos cuantos cartuchos, un perro, dos caballos y un burro que protesta por la incursión.

Un anciano de a caballo pasa por ahí y es retenido para que diga a quién pertenecen la casa y los animales. “Las bestias son de Poli Peralta; la casa de Tobías Jaimes, que iba y venía del norte y ya falleció”.

La fecha de la muerte del migrante queda clara en los recibos de sus envíos de dinero: el último, por 11 mil pesos, de mediados de 2011.

Otra de las propiedades está formada por una construcción muy lujosa para estar en medio de la nada. Una parte es una casa erigida sobre pilotes que la alzan del suelo. Otra, lo que parece ser tres enormes tanques de un criadero de truchas.

El anciano convertido en informante asegura que esa propiedad fue abandonada seis meses atrás porque su dueño, Roberto Sánchez, recibió amenazas de criminales.

–¿Allá en Tecomatlán los amenazan?

–A nosotros no. Sembramos milpa. No tenemos nada.

A la espera de refuerzos, la caravana se dirige a la cabecera municipal, donde los comunitarios compran agua y pan, nada más, aunque ya es hora de la comida.

En una casa al lado de la tiendita, un letrero inusual: “Se venden videos de las Fiestas Patrias”. Todos los años, el 16 de septiembre, la plaza principal es escenario de una escenificación de la Guerra de Independencia, informa un vecino.

Recargadas las baterías y reforzada la caravana, la Upoeg agarra camino para seguir la búsqueda en unas cuevas cercanas a Tecomatlán.

El grueso de los habitantes de Iguala, famosa por su queso de cincho y sus joyas de oro, ve pasar los sucesos que conmueven fuera como si ocurriesen sólo en las pantallas de la televisión.

Otros hablan con timidez sobre el asunto. En un transporte colectivo que va de Cocula a Iguala, varios pasajeros opinan luego de ver el paso de la caravana de los comunitarios.

–Está muy raro, acá no hay nada.

–Pues dicen que se llevaron a todos los policías.

–Sí, desde ayer.

–Este alcalde sí había hecho obra, lástima.

Los normalistas fueron aprehendidos por policías municipales la noche del viernes 26 de septiembre. Desde el domingo siguiente, padres de familia acompañados por profesores de la versión guerrerense de la CNTE iniciaron la búsqueda por las calles de Iguala. Toparon con pared. Uno de los participantes contó que incluso en las colonias populares los comerciantes les cerraban las cortinas y que más de uno les sugirió que “ya ni buscaran”.

Los municipales, a capacitación

En Iguala, la morisqueta quiere ser pozole verde. Sólo falta el comisionado-virrey para completar el cuadro.

Como hicieron en Apatzingán y otros lugares de la Tierra Caliente michoacana, la respuesta federal es hacerse cargo de la seguridad municipal y enviar a todos los policías locales a “capacitación” a la sexta región militar, en Tlaxcala. Hoy es el turno de los agentes de tránsito y de algunos de seguridad pública que no se presentaron ayer.

“¡Morales Díaz Ericka Herlinda!”, grita el policía federal, y la aludida se abre paso penosamente, con maletas para 45 días, entre las apretadas filas de sus compañeros que han sido formados a las afueras de la presidencia municipal.

“Ayúdenle, señores, sean caballerosos”, dice el federal. Nadie la ayuda. Nadie se ríe.

Hay madres angustiadas y padres preocupados.

–Dios quiera, hija, que sea para bien y que regresemos con bien. Me voy por la derecha, voy a hacer todo como marca la ley. Y regresando me voy (de la corporación).

–El que nada debe nada teme, papá.

Ya sin municipales en las calles, los comunitarios han prometido que su búsqueda continuará, casa por casa, cerro por cerro.

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