Alejandro Caballero
Proceso
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Cuauhtémoc Cárdenas fue la figura política más destacada de finales de la década de los ochentas. Encabezó en 1986 la Corriente Democrática que fracturó al PRI y soy de los que sostiene que ganó la elección presidencial de 1988. Contra Cárdenas se desató una feroz campaña. Lo acusaron de violento, de querer desestabilizar al país y, en el extremo, Jacobo Zabludovsky, entusiasta operador de guerras sucias dictadas por el poder, entrevistó a dos medios hermanos para que se pronunciaran en contra de su candidatura.
En 1989 el hijo de Lázaro Cárdenas fundó el PRD, partido que aglutinó a toda la izquierda organizada de ese momento. Congruente, necio, recorrió una y otra vez el país denunciando la corrupción gubernamental. En 1994 se presentó por segunda vez como aspirante a Los Pinos. Sin la fuerza de seis años atrás, un hábil orador pero inescrupuloso político, Diego Fernández de Cevallos (sigue debiendo la explicación de por qué siendo puntero en las encuestas dejó caer su campaña) lo hizo pedazos en el debate presidencial transmitido por televisión a nivel nacional.
El error de diciembre, el surgimiento del EZLN, los asesinatos en el seno del PRI de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, y el robo del siglo llamado Fobaproa, hicieron resurgir a Cárdenas de las cenizas. Se postuló para jefe de gobierno del Distrito Federal y ganó. Se pensó entonces que tenía, ahora sí, la mesa puesta para ganar la presidencia en el 2000.
Una gris gestión en el Distrito Federal (no se le recuerda obra ni decisión que haya marcado su administración) y una despiadada campaña mediática en su contra que tuvo su punto más álgido cuando Tv Azteca le atribuyó “a su ineficaz” gobierno el asesinato del comediante Paco Stanley, lo debilitaron a tal extremo que el ganón del hartazgo ciudadano resultó ser Vicente Fox.
Con tres candidaturas presidenciales a cuestas, el relevo generacional en el PRD era inevitable. De presidente nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador saltó a la candidatura a jefe de gobierno y la ganó. Contra el tabasqueño se dirigieron todos los misiles posibles. La embestida superó con creces la operada contra Cárdenas en el 88. A tal grado cambiaron los roles, que Cuauhtémoc pasó a ser para los medios y voceros oficiales disfrazados de periodistas, el líder moderno y progresista de la izquierda y López Obrador, el peligro para México.
Al mismo tiempo, en otra historia no contada hasta el momento, Cárdenas y López Obrador se distanciaron tan pronto como el segundo asumió la jefatura de gobierno defeño.
El punto más álgido del enfrentamiento se dio cuando en el 2005, Cárdenas amagó con buscar por fuera del PRD la cuarta candidatura presidencial. Proceso publicó entonces, en su edición 1499, un texto lapidario que tituló Contra su propia historia.
En ese tiempo se sabría que Cárdenas se reunió con Carlos Salinas de Gortari en el conflicto poselectoral del 88. Cuando se hizo pública la información (edición 1026) la negó. Después tuvo que aceptar que sí se dieron esos contactos.
Mientras Cárdenas daba bandazos, López Obrador consolidaba su candidatura. Entonces, los embates en su contra desde el poder no se hicieron esperar. Los dos más destacados: el desafuero instrumentado por Fox y los videoescándalos operados por el empresario Carlos Ahumada y difundidos bajo la bendición de Emilio Azcárraga, Diego Fernández de Cevallos y Carlos Salinas de Gortari.
En ese clima de hostigamiento creciente a López Obrador, Cárdenas, incongruente, guardó silencio. Cuando al fin se atrevió a participar en una marcha en protesta por el desafuero, la gente lo corrió con gritos de traidor.
Y a menos de un mes de la elección presidencial del 2006, Cárdenas, quien hasta llegó a cuestionar si López Obrador era de izquierda, aceptaba una chamba en el gobierno derechista y frívolo de Vicente Fox: coordinador de la comisión organizadora de los festejos del Bicentenario del inicio del movimiento de la independencia nacional.
Todo su pasado progresista acabó por desmoronarse. Sus incongruencias le pasaban factura entre la militancia. Desde el poder, en cambio, el trato era con algodones: se le etiquetó como el líder moral.
Hace unas semanas buscó ser de nuevo el presidente nacional del PRD. Puso una condición: no tener contendiente en el proceso interno. Los Chuchos, dueños de la franquicia perredista, le cerraron el paso.
Ocurrió la tragedia de Iguala, los seis muertos y los 43 estudiantes desaparecidos, bajo la autoría intelectual, de acuerdo con la versión oficial, del alcalde perredista José Luis Abarca. Se incorporó, solidario, a una marcha de protesta. Al finalizar la movilización, un grupo de manifestantes lo agredió.
Siete semanas después de Ayotzinapa, Cárdenas exigió a la dirigencia nacional de su partido la renuncia. Los Chuchos desecharon su petición. Entonces, renunció.