John M. Ackerman
La Jornada
La fuerza de la efervescencia social y de la solidaridad internacional a raíz de la masacre de Iguala ya ha rebasado los acontecimientos tanto de 1968 como de 1994 en México. Ni el histórico movimiento estudiantil de los sesenta ni el gran levantamiento indígena de los noventa lograron en tan poco tiempo un vuelco tan fuerte en la conciencia y el empoderamiento social. Los nuevos tiempos de madurez ciudadana, comunicación digital y desmoronamiento imperial han facilitado el surgimiento de un movimiento nacional cuya flama difícilmente podrá ser apagada en el corto plazo.
“Hoy es un día nublado y triste, pero este crimen de Estado no va a quedar impune. Si estos asesinos piensan que vamos a llorar la muerte de nuestros muchachos, se equivocan. A partir de hoy desconocemos al gobierno de Enrique Peña Nieto por asesino. Que nos escuche bien el Presidente [sic]: podrán venir los días de vacaciones para aquellos que no sienten dolor, pero no habrá descanso para el gobierno peñista. Si no hay Navidad para nosotros, tampoco para el gobierno. Sabemos que la caída de Alexander servirá para que florezca la revolución.”
Son las históricas palabras de Felipe de la Cruz, padre de familia de Ayotzinapa, pronunciadas el pasado 6 de diciembre en el centenario de la entrada victoriosa de Emiliano Zapata y Pancho Villa a la ciudad de México. De la Cruz emitió esta declaración de guerra, pacífica y ciudadana, en el Monumento a la Revolución, con sus pies firmemente posados sobre de las criptas donde yacen los restos de Francisco I. Madero, Pancho Villa y Lázaro Cárdenas.
Durante el mismo acto, Omar García, estudiante normalista y gran líder social, aclaró que el objetivo del movimiento no será solamente lograr justicia para los 42 desaparecidos y cuatro muertos de Ayotzinapa, sino acabar con “todos los Abarcas”. Cualquiera que sepa escuchar las palabras de Omar entenderá que no se trata solamente de destituir unos cuantos presidentes municipales, sino de efectuar una limpia generalizada de todas las instituciones públicas del país. Así como todos los ciudadanos dignos comparten el dolor de Ayotzinapa, todos los integrantes de la clase política también son infectados por la misma corrupción y cinismo que Abarca.
Los pronunciamientos de Felipe y Omar implican la maduración del movimiento a una segunda etapa expansiva. A partir de ahora ya no se tratará solamente de expresar nuestra solidaridad con la causa de Ayotzinapa, sino de inspirarnos en su ejemplo para actuar directamente contra la impunidad así como construir un nuevo poder democrático, autogestivo y popular en todo el país.
“No dejen a mi padre solo con mi pesar, para él significo prácticamente todo, la esperanza, el orgullo, su esfuerzo, su trabajo y su dignidad. Te invito a que redobles tu lucha. Que mi muerte no sea en vano. Toma la mejor decisión, pero no me olvides. Rectifica si es posible, pero no perdones. Este es mi mensaje. Hermanos hasta la victoria.” Son las palabras póstumas de Alexander Mora, subidas a la cuenta de Facebook de los estudiantes de Ayotzinapa.
No son pocas personas que ya siguen el ejemplo de Ayotzinapa. Grupos sociales encabezados por la Asamblea General Estudiantil de la Universidad de Sonora y padres de familia de la Guardería ABC han tomado ya en dos ocasiones el Congreso de Sonora. El viernes pasado, desde el salón de plenos instalaron formalmente un “congreso popular” y desconocieron a Peña Nieto, Jesús Murillo Karam, el gobernador Guillermo Padrés, el rector universitario Heriberto Grijalva y demás “autoridades represoras”.
La semana pasada los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional lograron victorias importantes en sus negociaciones con las autoridades. Próximamente habrá un Congreso Nacional Politécnico que tendrá plena autonomía para definir la nueva normativa interna del Poli. Avanza la democratización interna y la autogestión estudiantil en uno de los centros educativos más importantes del país.
Después de la histórica movilización del 20 de noviembre, una amplia reacción nacional e internacional logró la liberación de los 11 estudiantes detenidos y enviados arbitrariamente a cárceles de máxima seguridad. Y el sábado pasado el gobierno de Chiapas fue obligado a liberar al preso político Florentino Gómez, después de que su sobrino, Augustín Gómez se inmoló afuera del Congreso de Chiapas.
El viernes pasado en Ayutla de los Libres, Guerrero, activistas obligaron al gobernador Rogelio Ortega a escuchar sus reclamos por más de dos horas y después marchar junto con ellos en una manifestación a favor de la justicia para todos los desaparecidos del Estado. Y el domingo, integrantes del Movimiento Popular Guerrerense obligaron al diputado local Daniel Esteban González a firmar su renuncia por su negligencia en el caso de los normalistas desaparecidos.
Mientras, los nuevos desaparecidos de Iguala, así como el terrible asesinato, tortura y desollamiento de la joven enfermera Erika Kassandra, en Uruapan, nos recuerdan que la barbarie asesina del régimen actual continuará sin descanso hasta que logremos una limpia generalizada de las instituciones públicas. Recordemos que la “seguridad pública” en ambas ciudades se encuentra hoy bajo el control directo del gobierno federal y los Abarcas que malgobiernan en Los Pinos.
Todos tenemos una obligación moral y ética de inspirarnos con el ejemplo de Felipe, Omar y todos los integrantes de la gran familia de Ayotzinapa para luchar cada quien desde su trinchera y sin tregua para finalmente lograr la justicia para “nuestro México”.
Vicente Leñero y Alexander Mora, ejemplos de dignidad rebelde y semillas de revolución, in memoriam.