El pasado 26 de septiembre de 2014, alrededor de las 21:00 horas, un convoy de estudiantes de la Escuela Normal «Raúl Isidro Burgos» de Ayotzinapa, Guerrero, fue atacado a balazos por policías municipales y federales sobre una carretera en el municipio de Iguala. Durante las agresiones, al menos 6 personas* fueron asesinadas –3 normalistas, 2 integrantes de un equipo de futbol y una pasajera de un taxi–, 17 resultaron heridas y otros 43 normalistas fueron desaparecidos. Todo ello sucedió frente a elementos del Ejército Mexicano que recibieron órdenes expresas de no intervenir, mientras informaban en tiempo real sobre lo sucedido a un mando central de inteligencia federal conocido como el C4.
La fecha ha quedado marcada en el imaginario colectivo como el «Día de la Indignación». Sí, tiene sentido indignarse por ese ominoso crimen, sobre todo después de un año sin respuestas sobre el paradero de los 43 ausentes. Las miles de personas que ayer abarrotaron la plaza central del país podrían enumerar una lista kilométrica de agravios, muy superior a los que en este medio alternativo se han denunciado desde su creación, para justificar la conmemoración de, no uno, sino MILLONES de «días para indignarse». No obstante, analizando fríamente cada una de ellas, veríamos que la mayoría o todas las causas que motivan su indignación, en realidad son consecuencias de una causa primera que no se está combatiendo.
Indignarse por las consecuencias y no por la causa, ha sido una trampa subrepticia muy efectiva en la que históricamente han caído cientos de activistas que, de buena fe, luchan por el rescate de la nación. Al enfocar su energía transformadora en resolver problemas de forma aislada, ignorando deliberada o inconscientemente la causa primera que los genera, estos movimientos han obtenido pocos o ningún resultado positivo tras décadas de lucha social. Claro, luchar de esa forma es tan absurdo como un médico que pretendiera curar a un enfermo de cáncer, paliando sólo los dolores y tratando los síntomas colaterales sin atacar la causa primera. Exactamente lo mismo está sucediendo con el país y quienes intentan rescatarlo.
¿Por qué masacraron a los normalistas? ¿Por qué los desaparecieron? Todas las respuestas, aún las «oficiales», conducen invariablemente a un grupo de causas fundamentales: LAS CONTRARREFORMAS Y LA IMPOSICIÓN DEL ASESINO DE ATENCO, ENRIQUE PEÑA NIETO, EN LA PRESIDENCIA. Pero ésta, a su vez, tiene una causa superior que se devela cuando identificamos a quienes fraguaron esa imposición y se han beneficiado de ella como de otros fraudes y usurpaciones. «La mafia en el poder» –mucho más allá del PRI(AN), Salinas y demás esbirros– autoerigida en dueña de la humanidad. Un grupete de acaudalados empresarios cuyos tentáculos invisibles se extienden para controlar hasta los aspectos más íntimos de nuestras vidas –qué comemos, qué vestimos… qué pensamos. ¿Y quién mantiene a esos monstruos? ¿Quién les hace todo el trabajo? ¿Quién los enriquece consumiendo sus venenos? ¿Quién se deja embaucar, manipular, mangonear y esclavizar por ellos? La respuesta está frente al espejo.
En ese sentido, absolutamente todos tenemos responsabilidad en el crimen contra los normalistas de Ayotzinapa. Unos por acción directa y otros –la mayoría– por omisión, pero todos somos corresponsables de la tragedia nacional desde el momento en que permitimos los fraudes, las imposiciones y posterior vendaval de atropellos desde las instituciones de un Estado eternamente secuestrado por criminales al servicio de esa oligarquía brutal. En particular, las contrarreformas vandálicas que prácticamente aniquilan a los obreros y campesinos de este país, aprobadas sin resistencia alguna, justifican claramente el ataque a los estudiantes de Ayotzinapa. Cualquiera que entienda qué es y por qué existe el normalismo rural, lo sabe: reivindicación de la identidad del campesino y la importante misión de la defensa de la tierra, fuente primaria del alimento y por lo tanto, de la VIDA. Omar García Velásquez, uno de los jóvenes que sobrevivieron al ataque del 26 de septiembre, expresa con meridiana exactitud el papel de la Normal Rural de Atyozinapa, en un video grabado un par de días después del crimen contra él y sus compañeros:
«Somos campesinos, somos gente proveniente del campo. Nos recuerda exactamente de dónde venimos, nuestro origen, nuestra identidad y nos recuerda que nosotros aquí en Ayotzinapa, NO QUITAMOS LA IDENTIDAD DE LAS PERSONAS, SINO QUE SE LAS ARRAIGAMOS AÚN MÁS«.
Por ello, los normalistas rurales estorban a los planes de la oligarquía plasmados en las contrarreformas laboral y energética, que despojan a los trabajadores de sus derechos y de sus tierras, para reducirlos a esclavos que edificarán las plantas eólicas, termoeléctricas, hidroeléctricas y petroleras, rumbo al saqueo de lo que queda de nuestra riqueza energética. Las trasnacionales no necesitan a normalistas que anden por ahí atizando el orgullo de ser campesino y pregonando sobre la importancia de la defensa de la tierra. No, las trasnacionales necesitan gente dócil, manipulable y estúpida, que acepte cualquier migaja a cambio de permitir la invasión y el despojo que ya se está llevando a cabo.
La sociedad civil es, por tanto, corresponsable de lo que sucedió en Iguala, la noche del 26 de septiembre de 2014. La sociedad que elige la indiferencia frente a los abusos de poder, particularmente aquellos sectores medios «aburguesados», pretenciosos, conformistas y desclasados, que se sienten más que los demás por ser esclavos de una corporación trasnacional abusiva como todos los grandes imperios neoliberales. El gran éxito de los modernos verdugos radica en haber conseguido que el esclavo no sólo se someta voluntariamente a sus designios, sino que incluso lo haga con «orgullo». Esa sociedad inmersa en sus necesidades inmediatas, creadas artificialmente por el propio sistema que la somete, carga en sus lomos la mayor responsabilidad sobre el crimen de Ayotzinapa y el resto de las brutalidades que a diario cometen los criminales para los que colabora.
Los medios de comunicación juegan un papel fundamental en la inmovilización mental de la sociedad y, por ende, son responsables de la barbarie en que está sumido nuestro país. Pero no sólo esos falsos «medios» ya identificados por ostentarse como gigantescos monopolios del pensamiento, dedicados a manipular, desinformar, aniquilar la mente crítica de sus audiencias y fomentar la inepcia y la idiocia. Los otros medios de comunicación que se presentan ante la sociedad como independientes o contestatarios, denunciando corruptelas, informando sobre fraudes, atracos, represiones, masacres y otros delitos desde el poder, pero inmediatamente legitimando a los delincuentes perpetradores de la barbarie, inhiben todavía más la capacidad de sus audiencias para reaccionar.
¿Qué mensaje están enviando al reconocer como «gobierno» o «presidente» a delincuentes? Que se vale delinquir para llegar al poder. Que ciertamente son criminales, pero «son el gobierno». Si en lugar de otorgarles esa legitimidad, que de hecho no tienen, los nombraran por lo que son –PELIGROSOS DELINCUENTES QUE DEBERÍAN ESTAR EN LA CÁRCEL–, darían sentido genuino a la información que están difundiendo y la sociedad no estaría acostumbrada a que el «gobierno» sea corrupto, traidor, represor y asesino, porque en términos reales, nadie en su sano juicio aceptaría un «gobierno» así. Pero, en efecto, UNA MENTIRA REPETIDA MIL VECES, SE CONVIERTE EN «VERDAD».
Finalmente, la ciudadanía «consciente que ya despertó» y, pese al bombardeo embrutecedor de los medios, ya entendió la necesidad de reaccionar, también es corresponsable de lo ocurrido con los normalistas de Ayotzinapa. Esos movimientos dispersos que se dedican a dar palos de ciego, exigiendo «justicia» a los propios delincuentes, buscándoles la cara para «negociar», desahogándose en estupideces o protestando contra las consecuencias de la imposición de Peña en lugar de promover acciones para derrocarlo —indignarse por las consecuencias y no por la causa primera— son absolutamente corresponsables en su despropósito a la hora de luchar. Un ejemplo son los ríos de gente que por miles marcharon en la Ciudad de México, durante el «Día de la Indignación» por el caso Ayotzinapa.
¿Dónde estaban esos miles de ciudadanos indignados cuando se aprobó la contrarreforma energética? Con menos de la mitad de ese número de personas en los sentones y cercos que se convocaron contra las «reformas», éstas habrían podido frenarse y los normalistas estarían aquí. ¿Dónde estaban cuando el «tribunal electoral» desechó las pruebas del fraude que culminó en la imposición del asesino de Atenco? ENTÉRENSE: SI HUBIÉRAMOS EVITADO LA IMPOSICIÓN DE ESE CRIMINAL, LOS 43 NORMALISTAS ESTARÍAN AQUÍ. ¿Por qué esperaron a que desaparecieran los normalistas para «indignarse»?
Denunciamos todo esto porque consideramos necesario salir del marasmo, dejar de evadirnos y aceptar fríamente nuestra responsabilidad en la horrenda situación nacional, de manera que podamos dar el paso consciente hacia la solución. Ese proceso de conciencia implica dejar de victimizar al «pobrecito» pueblo de México. De «pobrecito» no tiene nada. Es un pueblo valiente y poderoso. Ha sido capaz de crear la fortuna del saqueador más rico del mundo y, en las condiciones más adversas para sí mismo, sostener a emporios monopólicos gigantescos. Las corporaciones trasnacionales están felices con las «contrarreformas» que ordenaron imponer en nuestro país, no sólo por la riqueza natural que podrán saquear amparadas en esas falsas leyes, sino porque conocen el potencial de trabajo del pueblo mexicano, su nobleza y su «aguante».
Ya basta de «aguantar vara» en favor de una caterva de oligarcas abusivos, porque eso ha traído nefastas consecuencias para todos los mexicanos, en especial para millones que subsisten en condiciones ignominiosas de pobreza. Ya basta de chuparnos el dedo como niños chiquitos, esperando que llegue «papá líder» a decirnos qué hacer, cómo, cuándo y dónde. Ya basta de triunfalismos estúpidos sobre una lucha social simulada, que hasta ahora ha servido para poco o nada, mientras los delincuentes que tienen secuestrado al país avanzan a pasos agigantados en sus agendas neoliberales.
«¡NI UNA LUCHA AISLADA MÁS!», clamó Vidulfo Rosales, dirigente del Colectivo Tlachinollan, durante el mitin central del Día de la Indignación. ¿En serio? Que así sea entonces, pero atacando la causa de los problemas y no las consecuencias aisladas. El boicot permanente a la oligarquía, eterna beneficiaria final de los fraudes y usurpaciones, así como la no colaboración absoluta con los delincuentes que desde hace décadas tienen secuestrado el poder, es el camino a seguir en esta lucha unificada, hasta que se vayan y devuelvan todo lo que pertenece al pueblo, empezando por la dignidad.
*ERRATA: De los seis civiles asesinados la noche del 26 de septiembre de 2014, sólo uno era integrante del equipo de futbol Los Avispones. El otro era el chofer del autobús en el que viajaba el equipo. También resultó herido otro normalista que hasta el momento permanece en estado de coma.
Hola @notigodinez. El futblista se llamaba David Josué García Evangelista; la pasajera del taxi era Blanca Montiel Sánchez.
— Tuitera (@TuiteraMx) October 11, 2015
El chofer del autobús en que viajaban los futbolistas fue herido y falleció en el hospital (tal vez esa sea la confusión) @NOTIGODINEZ
— Tuitera (@TuiteraMx) October 11, 2015
El chofer del autobús se llamaba Víctor Lugo @NOTIGODINEZ
— Tuitera (@TuiteraMx) October 11, 2015
Los normalistas asesinados son
Julio César Mondragón Fontes
Daniel Solís Gallardo
Julio César Ramírez Nava
@NOTIGODINEZ
— Tuitera (@TuiteraMx) October 11, 2015
Heridos:
Enrique Hernández Carranza, chofer de taxi
Norma Angélica Rendón, periodista
@NOTIGODINEZ
— Tuitera (@TuiteraMx) October 11, 2015