Edgar J. González Gaudiano
La Jornada
Algo terrible nos ha ocurrido como sociedad. Es posible constatarlo todos los días. Durante las últimas semanas con motivo de las protestas por la barbarie de los estudiantes de Ayotzinapa, esa apreciación se encuentra a flor de piel.
Hemos visto, por ejemplo, cómo algunas personas se indignan porque un grupo de muchachos bloquea el tráfico o les impide el acceso a un supermercado y exigen la intervención de la fuerza pública para poner orden. Pero esas mismas personas ven con una gran indiferencia la muerte y desaparición de jóvenes por considerarlo algo ajeno de sus vidas. Los medios electrónicos han contribuido a esa criminalización de la protesta social.
Hace unos días el propio Banco de México señaló que los recientes acontecimientos sociales en el país podrían afectar el crecimiento económico. Aunque por ese opaco concepto de acontecimiento social puede entenderse casi cualquier cosa, no se requiere ser un especialista en análisis de discurso para percatarse que se está refiriendo a los hechos de Ayotzinapa, Tlaltlala y la crisis en el Politécnico Nacional, entre otros.
Más aún pareciera que no son los hechos en sí mismos, sino las consecuencias sociales derivadas que han tenido gran cobertura internacional. Es decir, lo que nos está afectando según esta peculiar lectura de la realidad no es la omnipresente corrupción y la ingente violencia contra la población, ni la persistente impunidad, ni la creciente intervención de los intereses de la delincuencia en la estructura política del país, ni la descomposición del tejido social, tampoco la ingobernabilidad en vastas regiones. Si eso fuera lo que se encontrara en el fondo de sus declaraciones, ya las habrían emitido mucho antes porque esos fenómenos ya tienen tiempo entre nosotros. Es la reciente protesta social la que podría ser causante de una “evolución de la actividad económica menos dinámica de lo prevista” . Dan ganas de vomitar. Es nauseabundo.
Hasta intentaron encontrar evidencias de que los estudiantes estaban coludidos con los cárteles de Guerrero. De ese modo, podrían desactivar la inesperada reacción social y darle el mismo tratamiento que le han dado a las decenas de miles de muertos en el país: No investigar nada porque se trata según ellos de ajustes de cuentas entre delincuentes. De ese modo podrían atenuar también la creciente opinión pública acerca de la ineptitud, ineficiencia e incluso complicidad de numerosos elementos de los tres órdenes de gobierno que no han podido darle cuentas claras a una agraviada nación sobre esos hechos.
Los voceros de la tele denuncian que hay infiltrados en las marchas que van encapuchados, y que resguardados en ese anonimato cometen desmanes; pero no dicen nada del hostigamiento, la intimidación, el registro y la vigilancia constante que la policía y sus madrinas han estado ejerciendo contra aquellos que toman la palabra en las asambleas. Tampoco justifico los destrozos y menos aquellos que se cometen en contra de pequeños comerciantes y ciudadanos en el afán reivindicativo. Habría que distinguir, sin embargo, entre los se cubren para no ser posteriormente reprimidos, de los oportunistas agitadores que aprovechan cualquier conflicto para llevar agua a su molino.
Pero los voceros de la tele con todo lo que está pasando y lo que no está pasando, quieren que todo regrese a la “normalidad” democrática. A esa normalidad que implica la aceptación sumisa de la transa y la repartición del país que muchos políticos interpretan como aprobación; normalidad que significa la dócil resignación de un estado de cosas putrefacto; normalidad democrática es la indolente pasividad social que tanto aprecian.
Los voceros de la tele, los “telectuales” según ese ingenioso concepto acuñado por El Fisgón, consideran que ya se ha dañado mucho la imagen internacional del país; que se alejarán las anheladas inversiones por las reformas; que se desacredita progresivamente a las instituciones del Estado. Esas mismas instituciones que han sido pervertidas por los mezquinos intereses de los grupos políticos y económicos que controlan el país.
Crece el clamor por cambios profundos en la estructura política y judicial del país. Esas será las verdaderas reformas estructurales.
*Coordinador de la Cátedra Unesco-UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo.