DESCOMPOSICIÓN SOCIAL: Sin freno, el acoso sexual a mujeres en sitios

Las víctimas experimentan humillación, miedo e impotencia.

Blanca Juárez
La Jornada

Humillación, miedo, impotencia y enojo son algunos sentimientos que provoca el acoso sexual a las mujeres en lugares públicos. Miradas, palabras y muchas veces acciones que llevan “la connotación de someter” son percibidas como escenas “cotidianas”; sin embargo, se trata de un “ejercicio traumático de poder masculino”.

Un hombre se acerca, la forma en que la mira le hace sospechar lo que viene: “cosita rica”, le dice; en otro caso, la víctima no se percata de que será agredida hasta que siente un manotazo que arde en su nalga: estos son algunos de los testimonios de quienes han sufrido ataques en las calles, transporte público, fiestas o conciertos.

La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia define el acoso sexual como “una forma de violencia” en la que, a diferencia del hostigamiento, no existe subordinación por parte de la víctima; sin embargo, es un “ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado de indefensión y de riesgo”.

Es una forma de manejar su poder y de imposición de fantasías expresadas, explica Ofelia Reyes Nicolat, jefa del Programa de Sexualidad Humana de la UNAM. Los supuestos piropos y las agresiones físicas llevan “la connotación de someter”, indica.

Una mañana, cuando Diana, de 29 años, se dirigía a la preparatoria, un sujeto en el microbús se masturbó frente a ella. “No supe qué hacer, me alejé y no le dije a nadie. Me sentí humillada, tenía miedo y mucho coraje por no saber qué hacer”.

Para Cecilia, de 28 años, se trata de un “ejercicio traumático de poder” que ha padecido varias veces: un día en la estación Pino Suárez del Metro “escuché un ruido detrás de mí, ‘shhh, shhh’. No giré porque me molesta mucho esa actitud de macho”. Como no hizo caso a la provocación, “el tipo jaló mi mochila” y entonces “le grité ‘¡pinche mugroso!’ Mi reacción fue violenta, pero me siento mal cuando no respetan tu espacio”.

Reyes Nicolat recomienda reaccionar de manera asertiva “en lugar de ir por la calle como mujeres sometidas, con lenguaje corporal con los hombros abajo, la cabeza no erguida, dando pasos inseguros; decidir por una misma y el manejo de nuestro cuerpo”.

En Huatulco, donde vivía, Amparo recibía piropos, pero “no el acoso que hay en una ciudad como el Distrito Federal. Cuando llegué me tortearon dos veces el primer día. Ahora cuando me ven libidinosamente, los reto y les digo: ‘¿Qué me ves!’” Advierte que esta decisión pudiera ser “insensata”, pues corre el riesgo de que la agresión aumente, pero “las mujeres no debemos dejarnos y de alguna manera reaccionar. Si no hacemos nada, les damos más poder a los muy méndigos”.

Diana pone énfasis en que el acoso ocurre también “en fiestas, conciertos o pedas, donde quizá confundimos el acoso con el ligue. No solemos ver esos actos como algo grave y no queremos hacer un drama de ello. Está mal, pero ya me acostumbré a no hacer un pancho innecesario e ignoro cualquier comentario de acoso”. Pero cuando se siente violentada físicamente tiene una solución: “Saco mi gas (pimienta de bolsillo) y la gente se aleja al ver que traigo algo, aunque nunca lo he usado”.

De acuerdo con el Instituto Nacional de las Mujeres, sólo 21 entidades consideran el acoso en sus legislaciones, entre ellas el Distrito Federal. Sin embargo, para que esto no suceda, “los padres deben educar a sus hijas sobre su cuerpo y el valor que ellas tienen”, por una parte, indica Reyes Nicolat, y por otra los hombres deben saber “que tenemos el derecho a ser respetadas igual que ellos piden respeto para dos mujeres: sus madres y sus hermanas”.

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