Lord Puma (@_lordpuma)
Memoria errante
La tarde-noche del 20 de noviembre de 2014, la gente gritó consignas que, en los libros de historia (esperemos) y la memoria de los que ahí estuvimos quedarán tatuadas: «Fuera Peña, Justicia, ¿Por qué, por qué, por qué los asesinan, si son la esperanza de América Latina?» sin olvidar el grito de guerra de los últimos tiempos «porque vivos se los llevaron…vivos los queremos «. Durante el recorrido de Revolución al Zócalo, el contraste social y sus diversos matices fueron evidentes, igual marcharon estudiantes universitarios, sindicalistas, familias, hombres, mujeres, Niños. Todos arropados por el manto de la indignación y el hartazgo, un mismo país: sin diferencias de estrato social, raza, edad o género. Caminando hacia el corazón de México para hacerlo latir, gritarle a esta tierra que aún está viva, aunque el gobierno pretenda sepultar toda esperanza. Ya en la plancha, la convergencia de las dos caravanas restantes iluminó la noche: gente de algunas regiones, maestros, artistas, religiosos, antorchistas, habitantes de Atenco, etc., en pocas palabras, el pueblo mexicano Unido por una causa. Palacio Nacional a media luz, equipo de sonido limitado, pero miles de gargantas sedientas de Justicia y respuestas. La bandera central en esta ocasión no fue levantada, ondeó en lo alto acompañada de un dron, quienes fueron testigos de la mayor muestra de fraternidad que se hubiera vivido desde hace mucho. Las causas muy cercanas y el ambiente de solidaridad nuevamente invadió las calles del primer cuadro. Los padres alzaron la voz y en esta ocasión compartieron el dolor y desesperanza que las caravanas fueron reuniendo al norte y sur de este México herido; de regreso recibieron el más sentido y sincero «No están solos».
La plaza de la Constitución fue ocupada hasta el último hueco y aún seguían llegando contingentes capaces de llenar el Zócalo nuevamente; así, con este ánimo de unidad la retirada era prudente.
En el metro Allende los ánimos obligaron un «metro popular», a lo que un oficial de Guardia respondió con tono provocador: «aborden rápido porque la estación cerrará», ¿advertencia de lo que sucedería minutos después o simple protocolo?
Dentro de los vagones viajaba otro México, algunos manifestantes invitaban a la gente: «pueblo, agachón te quieren en el panteón», «Vamos pueblo, despierta», la respuesta sólo se limitó a miradas incrédulas, tímidas consignas por imitación o, lo más triste, una indiferencia que duele igual o más que la situación actual del país. El primer paso está dado, falta sumar voces y expandir la conciencia de la gente para que entiendan que el «despertar» depende de todos.
Me quedo con la sensación única de la tarea cumplida: el corazón de México latió como nunca y le gritó al mundo que no hay fosa alguna en la que, un «gobierno» indolente y cegado de soberbia, pueda enterrar las voces de un pueblo herido y harto.
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