Mireles: ¿de qué se autodefienden los mexicanos?

Víctor M. Toledo
La Jornada

A riesgo de parecer reiterativo, retorno al tema de las autodefensas en un momento crucial en el que resulta conveniente tener un mínimo esquema conceptual sobre ese fenómeno. Como señalé en colaboraciones anteriores (La Jornada, 7/1/14; 21/1/14), las llamadas autodefensas surgidas en la Tierra Caliente de Michoacán no son sino la expresión más dramática y visible de un mecanismo de salvación ciudadana que hoy tiene lugar a lo largo y ancho del país, y que toma diferentes configuraciones de acuerdo con las circunstancias de cada sitio, localidad o región. El espectro de las autodefensas ciudadanas es muy amplio y va desde los caracoles zapatistas de Chiapas, las policías comunitarias de Guerrero, los 260 territorios del país donde comunidades y pueblos resisten los embates de destrucción social y ambiental, y el cierre de filas de las comunidades indígenas de Oaxaca, hasta las movilizaciones de medio millón de maestros disidentes, y los grupos de autodefensa surgidos en Michoacán, Morelos, Puebla, Veracruz y la Huasteca.

Pero, la pregunta brota espontánea y contundentemente: ¿de qué se autodefienden cada vez más mexicanos? Si recordamos que el devenir de las sociedades humanas resulta del juego, las alianzas y los enfrentamientos de tres grandes poderes: el poder político (partidos, gobiernos, burocracias), el poder económico (mercados, empresas, corporaciones) y del poder social (los ciudadanos organizados en cooperativas, comunidades, sindicatos, gremios, comités, etcétera) podremos entender lo que sucede. México es parte de un proceso global inédito, básicamente orquestado por el poderío nunca visto del sector económico, es decir, por el capital corporativo convertido ya en una fuerza descomunal que hoy alcanza la mayor concentración de riqueza de toda la historia.

Este proceso es, a su vez, la causa profunda y última de otros tres fenómenos: 1) la que es quizás la mayor desigualdad social de que se tenga memoria (véase la obra clave de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI); 2) el mayor desequilibrio ecológico desde que apareció la especie humana, el cual se expresa en el calentamiento del planeta y sus preocupantes consecuencias, y 3) la sumisión y el resquebrajamiento del poder político (gobiernos y representantes) a manos del poder económico. Esto último ha quebrado el papel de árbitro o de mecanismo regulador que se supone es la función primigenia del Estado, el cual se ha ido convirtiendo en cómplice de los intereses del poder económico. Tan maniatado ha quedado el Estado como regulador del equilibrio de la sociedad, que en muchos casos ya no puede distinguirse entre el funcionario estatal y el empresario. Se ha vuelto normal que los políticos sean parte de los corporativos y que los empresarios sean miembros de la clase política. Esta situación se reproduce en cada país con diferente intensidad conforme el modelo neoliberal se va consolidando.

Por desgracia, en México tres décadas de políticas neoliberales han hecho del país uno de los espacios geopolíticos más agobiados, saqueados y destruidos. El cinismo y la corrupción de la clase política mexicana no sólo ha echado abajo la soberanía, sino que ha estado entregando los recursos del país a las gigantescas corporaciones nacionales y trasnacionales. Y no solamente recursos naturales (minerales, agua, gas, petróleo, costas, etcétera), sino trabajo humano. El país ha roto un nuevo récord: hoy el trabajo de los mexicanos es uno de los más depreciados del mundo, por debajo del de países como Bulgaria, Rumania, Guatemala o El Salvador. Mientras un trabajador en China recibe 1.19 dólares por hora, un trabajador mexicano gana sólo 61 centavos de dólar. El esfuerzo de los trabajadores mexicanos está sobrexplotado, al igual que los ríos, los acuíferos, los minerales, los bosques y las selvas.

Los planes surgidos desde la ideología neoliberal, son cada vez más “proyectos de muerte” que acaban con la soberanía, la cultura, la historia y la naturaleza de territorios cada vez más extensos. Y los mexicanos están aprendiendo que no se puede confiar ya en el Estado, por la simple razón de que casi siempre se pone del lado del capital, no de los ciudadanos, y que busca modificar las leyes del país para facilitar a como dé lugar la acumulación de riqueza, incluso la de los empresarios ilegales (el crimen organizado). Este complejo tejido de complicidades, de relaciones subterráneas, ha llegado a su máximo, de tal suerte que hoy existen conveniencias clandestinas entre políticos (desde presidentes municipales y diputados hasta gobernadores y secretarios de estado) y empresarios legales e ilegales. Todo ciudadano de carne y hueso que no pertenezca a esas esferas de la corrupción se encuentra amenazado, y hoy no hay manera de evitarlo más que mediante la autodefensa, es decir, con la organización del poder social.

Todo esto logra expresarlo quien es el dirigente más autorizado y legítimo de las autodefensas en Michoacán: el doctor José Manuel Mireles. Su último mensaje dirigido a E. Peña-Nieto, será un documento histórico porque su invitación al diálogo rompe de manera radical las formas viciadas, tramposas e hipócritas del discurso político convencional. En voz de Mireles, las palabras retornan, cobran de nuevo vida. Siguiendo lo trazado por el poeta Javier Sicilia y por el cineasta Alfonso Cuarón, el dirigente de Tierra Caliente establece además una interlocución directa, horizontal y transparente con el poder político y económico coludido, cuyo representante supremo es hoy el «Presidente de México» [¿?]. Su voz es la del poder social, de los ciudadanos empoderados por el acto de defender la vida y mantener la dignidad humana por sobre todas las cosas.

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