¡Viva México!, pues hoy funge como como garante de la independencia energética de América del Norte

John M. Ackerman
La Jornada

México y los mexicanos no pertenecemos a los políticos corruptos que esta noche ondearán la bandera y pronunciarán el Grito de Dolores en las plazas públicas del país. No son ellos quienes nos han dado patria, sino los millones de ciudadanos que desde hace más de 200 años han luchado todos los días en contra del saqueo y el abuso del poder.

La Independencia, la Reforma, la Revolución y la expropiación petrolera constituyen cuatro grandes momentos históricos en que se forjó la patria de la cual todos estamos profundamente orgullosos y agradecidos. Hoy podemos celebrar a México gracias a las luchas populares que lograron derrotar al colonialismo español, expulsar a los invasores franceses, vencer a la oligarquía porfirista y correr a las empresas petroleras internacionales. Si no fuera por la enorme entereza y dignidad del pueblo mexicano, simplemente no habría hoy patria para defender.

Es importante distinguir entre el patrioterismo y el nacionalismo. Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón, Miguel Ángel Mancera y los tres partidos del Pacto por México no son más que “patrioteros”. Es decir, se dedican a “alardear excesiva e inoportunamente de patriotismo”, de acuerdo con la definición del diccionario de la Real Academia Española (RAE). En otras palabras, son hipócritas quienes fingen amar y defender a su país, cuando en realidad trabajan para que todo lo propio y especial de la patria simplemente deje de existir.

La entrega del petróleo a las empresas transnacionales es apenas el inicio. El objetivo compartido entre los integrantes de la clase política es convertir a México en un protectorado de las potencias internacionales y del gran capital internacional. Si permitimos que el Pacto por México nos siga gobernando, pronto el águila y la serpiente serán remplazados por las barras y las estrellas de Washington o la insignia de ExxonMobil.

En contraste con el patrioterismo, el nacionalismo atribuye “entidad propia y diferenciada a un territorio y a sus ciudadanos” e implica la “aspiración de un pueblo a tener una cierta independencia en sus órganos rectores”, también de acuerdo con el diccionario de la RAE. Existen, desde luego, nacionalismos excluyentes, elitistas, racistas y hasta fascistas. Por ejemplo, los casos de Estados Unidos e Israel revelan los graves peligros que existen con las ideologías nacionalistas, sobre todo cuando se vinculan con el neoliberalismo económico o el belicismo imperial.

Pero el nacionalismo mexicano hoy todavía tiene un carácter abierto y profundamente democrático y popular, a pesar de décadas de manipulación de parte del Estado autoritario. Ser mexicano es, en primer lugar, ser descendiente de los grandes pueblos indígenas que desde hace más de 500 años se han resistido férreamente a ser conquistados. Ser mexicano es también luchar desde abajo para lograr las grandes transformaciones del país. Tanto la Independencia como la Revolución mexicanas son reconocidas internacionalmente por su excepcional fuerza popular. Y en 1938 México puso el ejemplo al mundo al tener el valor de recuperar sus reservas petroleras de las empresas internacionales y así establecer un Estado moderno e independiente.

Los grandes nacionalistas mexicanos, desde Benito Juárez y Lázaro Cárdenas hasta el subcomandante Marcos y Andrés Manuel López Obrador, siempre han enarbolado una visión incluyente y popular de la República. Hay algunas corrientes fascistas dentro de la derecha mexicana, pero más que nacionalistas, estas perspectivas son antinacionales, ya que desprecian profundamente la cultura popular mexicana.

Así que a diferencia de lo que ocurre en otros países, en México el nacionalismo puede ser un factor de profunda liberación democrática. Tanto los escritos de Daniel Cosío Villegas como de Benedict Anderson son excelentes guías en la materia.

En 1891 José Martí publicó su histórico texto sobre “Nuestra América”. Aquel ensayo llamó a los pueblos de América Latina a lograr una segunda independencia, no solamente del colonialismo español, sino también del imperialismo estadunidense. El llamado de Martí sigue hoy más vigente que nunca.

Históricamente México había fungido como un escudo protector de la región contra la voracidad de Washington. Pero con la llegada de Peña Nieto, México se ha convertido definitivamente en la punta de lanza para el neocolonialismo estadunidense. En lugar de proteger a sus hermanos y hermanas del sur, México hoy funge como garante de la “independencia energética de América del Norte” así como órgano auxiliar de la Border Patrol estadunidense.

La reconquista de México, “Nuestro México”, para América Latina es una tarea urgente en la que todos debemos participar, incluyendo desde luego los millones de latinoamericanos residentes en Estados Unidos y Canadá. Hagamos votos para que hoy retumbe el grito de “¡Viva México!” desde la Tierra del Fuego hasta el Cabo Columbia, y que esta expresión de solidaridad y unidad continental ayude a reactivar la acción latinoamericana en favor de la paz, la humanidad y la justicia social.

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