Juan Pablo Proal
Proceso
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- En nuestra jubilación nos aguardan experiencias paradisiacas: Viajar a la luna, surfear, aprender a bucear, recorrer el mundo o tendernos al sol en nuestra casa de playa. Con sólo ahorrar un poquito y trabajar muy duro, las Administradoras de Fondos para el Retiro (Afores) habrán convertido nuestro patrimonio en una fortuna.
La compañía Profuturo -propiedad de Grupo Bal, dueño del Palacio de Hierro y el ITAM, entre otras- difunde la campaña “El retiro es para vivirse”, en la que intenta sembrar en lo trabajadores la ilusión de que en la vejez la pasarán de maravilla.
“#ElRetiroEsPara seguir disfrutando tus vacaciones, cuando todos regresan a trabajar”, cita uno de los anuncios de Profuturo difundidos en su página de Facebook. En esencia, no es diferente a las campañas publicitarias de sus competidores. Todas las Afores recomiendan ahorrar “para alcanzar nuestras metas”; sacrificar el presente para gozar del promisorio mañana.
En un primer vistazo, estas campañas podrían ser favorables; el ahorro es sano, indispensable. No obstante, la publicidad de las Afores sólo vende espejismos. Veamos por qué.
En primera instancia, entre el 40 y 60 por ciento de los mexicanos trabaja en el sector informal, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico. Aparte, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía estima que 29.3 millones de personas laboran en estas condiciones, que, desde luego, excluyen prestaciones formales, entre ellas la jubilación.
La población restante gana salarios de hambre. El mínimo es de 67.29 pesos diarios, es decir, 2 mil 19 pesos al mes; de los 49.5 millones de personas ocupadas en México, 6.5 millones perciben este monto. Y, de acuerdo con el Instituto Mexicano del Seguro Social, la media del salario es de 281.51 pesos diarios, el equivalente a poco más de cuatro salarios mínimos.
La Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro (Consar) ofrece una calculadora para estimar a cuánto ascenderá la pensión de un trabajador. Tomando el ejemplo del salario promedio en México, un joven de 25 años que hoy comience a laborar en el sector formal obtendrá una jubilación mensual aproximada de 3 mil 500 pesos. ¿Este dinero alcanza para viajar al espacio o entregarse a la extravagancia de un bon vivant? Evidentemente no.
Las Afores se empeñan en dejarle al trabajador la responsabilidad de aportar más capital para obtener un retiro digno. Sin embargo, ¿cuánto más podría ahorrar un empleado por mucho que se empeñe en llevar una vida austerísima con su paupérrimo salario? Tan sólo la canasta alimentaria urbana cuesta mil 232 pesos al mes.
Los salarios son tan míseros en México que los trabajadores están obligados a tener dos, tres o hasta cuatro “chambitas” extra, situación que lógicamente deriva en aumento del estrés, enfermedades y una pobre calidad de vida.
A finales del año pasado, el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados difundió un estudio que reveló que México es el país donde más horas se trabajan por año, con un promedio 2 mil 300, superior al de países asiáticos (2 mil 154) y africanos (2 mil 138).
A los bajos salarios, las extensas jornadas laborales y los trabajos múltiples es necesario añadir factores que inyectan inseguridad e inestabilidad en la Población Económicamente Activa. La alta presión y exigencia de las empresas, que en muchos casos mantienen a sus empleados atemorizados con lanzarlos a las filas del desempleo si no “rinden al máximo” o se quejan de alguna ilegalidad. Amén de los meteóricos cambios tecnológicos y la acelerada obsolescencia de muchos oficios.
En “El Ascenso de las incertidumbres”, el sociólogo francés Robert Castel señala que la ausencia de las relaciones estables entre el individuo y el trabajo le impide acceder a un lugar en la sociedad.
Algunos individuos –los menos, plantea Castel- logran adaptarse a las nuevas formas de trabajo, “maximizan sus posibilidades y se vuelven hipercompetitivos (…) Precisamente en su éxito descansa el discurso gerencial, o más ampliamente neoliberal dominante, que celebra el espíritu de empresa y los desempeños del individuo ‘liberado’ de la pesadez de los reglamentos y de los frenos que imponen los controles burocráticos, jurídicos o estatales“.
Castel advierte que este modelo deja de lado “la suerte reservada a otras categorías de individuos igualmente comprometidos en el remolino del cambio, pero que son impotentes para dominarlo. No porque se trate de una incapacidad congénita, por lo general no fueron programados para hacerlo, ni acompañados para llevarlo a buen puerto”.
Este último punto mantiene una estrecha relación con la política de la Afores. Estas compañías gastan la mayor parte de sus ingresos en publicidad y no en enseñar a los trabajadores cómo funciona el complejo sistema de ahorro o mejorar sus condiciones de jubilación.
La Comisión Federal de Competencia Económica señaló en julio pasado que las Afores gastan 12 veces más en ampliar su cartera de clientes que en mejorar los rendimientos. El año pasado, destinaron 49 por ciento de sus gastos a publicidad y sólo el 4% en actividades de inversión.
A este dispendio hay que añadir los pésimos servicios que brindan estas compañías. Cualquier trabajador sabe que cambiarse de Afore, obtener un estado de cuenta o simplemente saber dónde está su ahorro se puede convertir en una osadía.
Merecería un capítulo aparte el tema de la histórica corrupción que acompaña a este modelo de jubilación vigente desde 1997, el seguro de desempleo que terminará debilitando al Infonavit y favoreciendo a constructoras privadas, las constantes bajas en los estados de cuenta de los trabajadores y los negocios de funcionarios y exfuncionarios (Pedro Aspe y Guillermo Ortiz, por citar dos casos relevantes) con los ahorros de los empleados.
Por todo esto resulta ofensivo y grotesco que las Afores quieran hacer negocio con nuestra jubilación, prometiéndonos que nos aguarda una vida que envidiaría el dandi George Clooney.
La mayoría de los empleados mexicanos del nuevo régimen deberá permanecer activo aún después de los 65 años de edad para completar su raquítica jubilación. Los trastornos del estrés, la vida sedentaria y no hacer otra cosa más que trabajar difícilmente les permitirán gozar de una salud plena para aprender a surfear o recorrer el mundo en globo aerostático, como ilusionan las Afores: Lo más seguro es que los pensionados terminen empacando productos del supermercado, ávidos de una moneda.