Elena Poniatowska
La Jornada
ace años, en 1978, cuando todavía vivía mi padre, recibí en Palacio Nacional el Premio Nacional de Periodismo al lado de Cirino Pérez Aguirre, del periódico Novedades; Renato Leduc, el de la sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatarse a tiempo; Efraín Huerta, El gran cocodrilo; Francisco Picco, de La Prensa; Froilán Flores Cancela, del Diario de Jalapa; Jorge Carreño, caricaturista de Siempre!, y Guillermo Jordán, de Canal 13.
Fue un momento de mucha emoción y Felipe y Paula, mis dos hijos pequeños y yo nos detuvimos frente a José López Portillo, Víctor Flores Olea y Jesús Reyes Heroles, entre otros miembros del gabinete, para que nos entregaran el premio. Recuerdo que a la hora de la foto, López Portillo nos dijo a María del Carmen Millán y a mí: “Vénganse mis chaparritas”. El ambiente era festivo. Según López Portillo teníamos que prepararnos para administrar nuestras riquezas, sobre todo la petrolera.
Hoy las circunstancias han cambiado. Recibo el “Premio por trayectoria” a mis 82 años con la misma emoción, el mismo agradecimiento, pero me es imposible no constatar que las circunstancias no son las mismas. Entonces, había muchos problemas pero medio se resolvían. López Portillo abría en Europa sucursales de venta de nuestro petróleo y entre varios jóvenes ingenieros, uno de ellos amigo de mi hijo mayor Mane, Alfonso Herrera, había sido comisionado para buscar en París futuros compradores. De Chiapas, Tabasco y la rica sonda de Campeche brotaba el petróleo a borbotones. ¡Qué nos duraban los pozos petroleros del continente africano! Seríamos los primeros en América Latina, todos nos envidiarían, seríamos un gran ejemplo de prosperidad.
¿Qué pasó? ¿Por qué nos fuimos para abajo? Lo dicen muy bien analistas de la talla de Adolfo Sánchez Rebolledo. Perdimos nuestro proyecto de nación.
Hoy por hoy, en México, decir la verdad es jugarse la vida. A cada reportero o reportera, a los jóvenes hombres y mujeres que conforman la infantería de un periódico deberían prevenirlos: “¿Está dispuesto a morir?” En las ciudades del norte, los periodistas son cazados como conejos y hasta ahora nadie ni nada los ha protegido.
Todas las armas son corruptas.
Algunos de los números “oficiales” dicen que de 2000 a 2011 han muerto 74 periodistas, otros que son 80, otros más 83. Lo terrible es que el número aumente. El 30 de mayo de 1984, Manuel Buendía fue abatido en la ciudad de México porque escribía la columna “Red Privada”, que reproducían 60 periódicos mexicanos; su tema era el narcotráfico y la corrupción del gobierno. Desde su asesinato me pregunto, ¿hasta cuándo ejercer el periodismo será una sentencia de muerte? ¿Cuánto tiempo más debemos esperar para que las autoridades ofrezcan garantías reales a quienes ejercen esta profesión? ¿Cuantas Reginas Martínez asesinadas en Veracruz faltan? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que dejemos de ser el país más peligroso de América Latina para la prensa?
Recibir el premio a los 41 días de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa apachurra el corazón. ¿A ellos quién los premió? ¿Qué les dio México? Los premios nunca les tocan a los que más los merecen, a los pobres, a los que atraviesan el día como una tarea sin más recompensa que el sueño. Alguna vez, Guillermo Haro le ofreció un aventón a un campesino en la carretera Puebla-México y por romper el silencio le preguntó: “¿Y usted qué sueña?” Y él le respondió: “Nosotros no podemos darnos el lujo de soñar”.
El escritor y filósofo Adolfo Sánchez Rebolledo se pregunta a más de un mes de la matanza de Ayotzinapa, qué ocurrió con los 43 estudiantes secuestrados por la policía municipal y entregados a las bandas que dominan todo Guerrero. La ineficacia y corrupción de la autoridad federal y la estatal para encontrar a las víctimas “es indignante y afecta tanto a la sociedad como al régimen”. El futuro de nuestro país depende del paradero ignorado de los normalistas. Insistimos, insistiremos, nunca vamos a dejar de decir: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Todos somos víctimas del feroz escarmiento a México y todos vamos a seguir exigiendo la aparición de los muchachos. Ayer, en la marcha del 5 de noviembre, una pancarta expresaba nuestro dolor al reproducir El grito, del pintor noruego Edvard Münch. Al igual que Sánchez Rebolledo preguntamos: ¿Qué clase de policía tenemos, qué clase de procuradores, qué clase de jueces, qué clase de dirigentes, qué clase de partidos políticos, qué clase de senadores, qué clase de diputados, qué clase de gobernadores?
Como periodistas, mis compañeros y yo, recibimos el premio con vergüenza por la situación de nuestro país, pero también como un estímulo para seguir diciendo nuestra verdad, pase lo que pase. Somos 12 aquí presentes, 12 que apenas si nos atrevemos a sonreír. Emmanuel Alejandro Sibilla y Jesús Sibilla, autores de “Los excesos de Granier”; Alejandra Sánchez Inzunza, José Luis Pardo y Pablo Ferri, autores de un reportaje sobre narcotráfico en América Latina; el joven Humberto Padgett León, autor de “Zulema y El Chapo, amor sms y tragedia”; el todavía más joven regiomontano Diego Enrique Osorno González, con su esperanzador “El escritor no se volvió cobarde ni caníbal”; el joven creador nacido en 1984, Enrique Rashide Serrato Frías, con su premio de fotografía por “Escuela de cartón”; el doctor en sociología, Javier Esteinou Madrid, con el artículo de fondo: “La reforma constitucional de las comunicaciones”; el cubano multipremiado Ángel Boligán Corbo, con su caricatura de la “Reforma energética”, y mi gran y muy querido amigo Pepe Gordon –José Isaac Gordon Steiner– con su innovadora La oveja eléctrica, un programa televisivo de ciencia que a todos nos enseña y deleita, por “El Boson de Higgs, nuevas fronteras de la ciencia”.
Estar al lado de todos ellos es una alegría en medio de la negra noche que para todos significa la inmensa injusticia de Ayotzinapa.