Gerardo Fernández Noroña
Durante la entrega del Premio Nobel de la paz, Adán Cortés exhibió una bandera mexicana manchada con rojo sangre. Con este valiente, firme y audaz acto, llamó una vez más la atención mundial sobre la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. No se quedó ahí, pidió a Malala que expresara su sentir sobre lo que sucede en México.
Y Malala quien en ese momento recibía el Nobel lo hizo, comentó que se debe alzar la voz contra las injusticias que suceden en nuestro país. El joven fue detenido y se le impuso una multa en coronas que, convertida a nuestros devaluados pesos, fue de más de 30,000.
Conociendo el autoritarismo del desgobierno de Peña, Adán Cortés ha solicitado asilo político a Noruega. En lo personal considero apresurada su petición pues de regresar a México, mucho se cuidaría el desgobierno de Peña de tocarle un pelo en el corto plazo, creo yo.
Lo indiscutible, es que Adán Cortés logró la atención de los medios extranjeros y por supuesto de los nacionales, sobre el tema que ha sacudido la conciencia nacional, el crimen de Estado perpetrado la noche del 26 de septiembre en Iguala Guerrero contra casi medio centenar de normalistas.
Adán Cortés es un joven de 21 años. Lo ha conmovido el hecho de que los normalistas fueran jóvenes de su misma edad. Lo ha indignado la impunidad, la mentira, la manipulación y el encubrimiento que el actual gobierno ha hecho de lo sucedido a los 43 normalistas desaparecidos.
En contrapartida, el líder de la CONCANACO, Enrique Solana Sentíes, declaró -palabras más palabras menos que, con que aparecieran dos o tres normalistas más habría que cerrar el capítulo de Ayotzinapa. Solana Sentíes es un hombre mayor. Dudo que sea estéril y seguramente tiene hijos. Aplica para él la misma pregunta que le hice a Enrique Peña Nieto: ¿Si los desaparecidos fueran sus hijos, mantendría esa postura? ¿Si hubiesen pasado 75 días sin que las autoridades le dieran noticias del paradero de sus hijos desaparecidos plantearía superar los hechos?
La respuesta evidente es no. Es más, si le robaran 75 vehículos automotores de su flotilla empresarial, no descansaría hasta que apareciera la totalidad de sus bienes materiales, de ínfimo valor si se comparan con el tesoro irremplazable de una vida humana.
Lo que hay detrás de la declaración de Solana Sentíes, igual que la infame declaración hecha hace ocho días por Peña Nieto es un racismo y un clasismo bestial, inhumano y grotesco.
Les horroriza la rebelión que en Guerrero se ha desatado y que alcanza dimensiones nacionales. No se dan cuenta que el sistema político se ha quebrado. Peor aún, tampoco se dan cuenta que el sistema económico se ha quebrado también.
Creen que con su ridículas declaraciones, racistas y clasistas, podrán lograr convencer a la gente de «volver a la normalidad». Pero, ¿a cuál normalidad? ¿A la apatía, a la indiferencia, a la dejadez, al consentimiento del atropello de nuestros derechos y garantías? ¿Es que no se dan cuenta que lo que está sucediendo ahora en el país es lo normal? ¡Lo normal es que la gente se rebele frente a la injusticia, frente al crimen, frente a la impunidad, frente a la corrupción, frente a la masacre de jóvenes normalistas y de seres humanos de las más diversas edades a lo largo de la geografía nacional. Que la gente proteste y se indigne, eso es lo normal!
La rebelión no violenta que se viene gestando es la respuesta lógica, humana, necesaria para poder rescatar a nuestra patria.
Enrique Peña Nieto y Enrique Solana Sentíes muestran no tener un mínimo de calidez, de empatía, ni de compasión hacia el prójimo. Un joven como Adán Cortés les muestra lo que es tener sangre en las venas, el corazón en su lugar y la dignidad humana en el centro del ser.
Estas son dos caras de una misma tragedia. Son dos respuestas frente un mismo crimen de estado. En realidad la respuesta sólo es una y la da el gran José Saramago: «Siempre llega un momento en que no hay más remedio que arriesgarse»
«El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz».
Gerardo Fernández Noroña. México, 11 de diciembre de 2014