- “Es un municipio lleno de fosas y cadáveres”, admite García Rodríguez, líder de la Upoeg
- La gente de Iguala pasó del miedo a la tristeza, lamenta la regidora Sofía Mendoza
- Se han localizado más de 60 sepulturas clandestinas, afirma el coordinador de la agrupación
ROBERTO RAMÍREZ BRAVO
La Jornada
Iguala, 31 de octubre. La voz de la regidora Sofía Lorena Mendoza tiene un inevitable tono de dolor, y su mirada es, hasta cierto punto, evasiva.
–La gente –dice despacio, cuidando cada sílaba– pasó del miedo a la tristeza. La gente está triste porque Iguala se convirtió en el ojo del huracán, Iguala pasó a los ojos del mundo como una ciudad violenta.
Refleja, sin quererlo, la sensación de esta ciudad donde se proclamó la Independencia de México en 1821 y donde, el 26 y 27 de septiembre pasado, comenzó la más grande pesadilla que se recuerde en la República, con el asesinato de seis civiles, entre ellos tres estudiantes, y la desaparición a manos de la policía municipal, de 43.
En el zócalo, en el plantón de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (Upoeg) que ayer se levantó, Crisóforo García Rodríguez, uno de los coordinadores de la organización que hace 24 días inició la búsqueda de los normalistas, también da un panorama desolador: “Iguala es un municipio lleno de fosas y cadáveres”, dice.
En su búsqueda, han localizado más de 60 sepulturas clandestinas con restos humanos, con objetos como tarjetas de crédito, ropa, ligas de plástico, peines. Los restos no los levantan, explica, y sólo los señalan para que las autoridades militares o civiles hagan el levantamiento oficial e integren las averiguaciones correspondientes. Sin embargo, la Procuraduría General de la República no ha informado cuántos cuerpos han sido desenterrados en las fosas localizadas por la Upoeg.
El Palacio Municipal permanece con huellas del incendio, y tres cruces negras han sido colocadas en un improvisado altar. En las calles, los elementos de la Gendarmería muestran sus vestimentas atiborradas de aditamentos de guerra; la Policía Federal se desplaza, ya sea con uniforme o vestidos de civil para simular ser turistas en una ciudad donde las diversiones prácticamente se han cancelado desde hace un mes.
A poco más de un mes de la matanza operada por policías municipales y, según las autoridades, por el grupo delictivo Guerreros Unidos, en Iguala hay una sensación extraña. Literalmente, parece de luto. Hay un silencio que no corresponde con la cuarta ciudad más importante del estado. Al caer la noche, en el Zócalo, donde se encuentra el palacio municipal, todavía hay actividad: los negocios empiezan a cerrar pero la gente aún camina por las banquetas. En la medida en que se camina alejándose del centro, las calles empiezan a verse vacías.
“En el tema económico, han bajado las ventas para los comerciantes, en el aspecto educativo las escuelas han tenido que vivir esa zozobra: se han suspendido clases, hoy nos enteramos que se suspende el desfile del 20 de noviembre, que se hacía aquí todos los años. Entonces sí es difícil, ya no hay entretenimiento, yo digo: Iguala está de luto”, refiere la regidora, viuda del dirigente Arturo Hernández Cardona, asesinado el año pasado con tres de sus compañeros de la Unidad Popular, cuyo crimen se atribuye al alcalde con licencia José Luis Abarca Velázquez.
En su voz se percibe el acento de la tristeza. Una tristeza de muerto reciente. Pero además, amenazada. Después del asesinato de Hernández Cardona, cuando ella acusó públicamente al alcalde con licencia José Luis Abarca de estar atrás del crimen, cuenta con protección policiaca. “No me siento protegida, pero decido tomarla para que, si algo me pasa, haya alguien a quien responsabilizar”, explica.
La ciudad se percibe de la misma manera. Los agentes de la Policía Federal han puesto el ojo en los muchachos que recorren las calles en motocicleta, el vehículo preferido por los sicarios y halcones debido a su fácil movilidad; la gente cuenta entre susurros que hay infinidad de ojos vigilando todo y a todos.
De los policías federales tampoco hay mucho que confiar. Armados con teléfonos celulares, toman fotografías a las personas, especialmente a los reporteros. En un punto, un uniformado intenta filmar los movimientos de los enviados de La Jornada Guerrero, pero se inhibe al ser descubierto y simula hacer otra cosa. Uno de sus compañeros se acomoda cerca, hace selfies (fotos de sí mismo) y cuida que a sus espaldas queden los reporteros. Luego hace una seña a su compañero, con el pulgar hacia arriba: ya los registró.
Fosas por todas partes
Crisóforo García Rodríguez explica que la Upoeg acudió a Iguala para solidarizarse con los normalistas, en cuya búsqueda se comprometió. De los 43 desaparecidos, 17 pertenecen al territorio de la organización, afirma. Sin embargo, precisó que ellos buscan 43, no sólo a sus compañeros.
Mientras platica, en el plantón la gente se acerca para entregar los 20 pesos, los 50. La organización lleva un registro minucioso de quiénes están cooperando y con cuánto, pero a los donantes les intimida un poco.
–No se preocupe, doña, esto aquí se queda –les ofrece el dirigente.
También les cuentan sus penas. Una señora relató, delante de los reporteros, que en Iguala las extorsiones están a la orden del día, al igual que los secuestros. No todos los secuestrados han regresado vivos, dice.
Otra mujer viene desde una de las comunidades. Pide ayuda para organizar un brazo de la Upoeg ahí porque, dice, la situación está muy difícil. Narra el caso de un hombre que fue secuestrado y su esposa fue a entregar el rescate y la capturaron a ella y duplicaron la cifra exigida; entonces fue el hijo de ambos y también lo secuestraron. Al final, el padre fue asesinado y la mujer y el hijo fueron liberados.
“Lo mejor que hemos logrado es el acercamiento de la ciudadanía. La gente nos tiene muchísima confianza. Es la confianza de que la única solución es la organización”, afirma García Rodríguez.
Esa misma gente, dijo, se ha acercado para dar pistas sobre la ubicación de los normalistas y, al final, han señalado lugares concretos donde podrían estar. “Alrededor del valle de Iguala no están; están en algún otro lado, y de antemano sabemos que el Presidente (Enrique Peña Nieto) sabe dónde están”, expresó.
Es Iguala de la Independencia; su estado de ánimo como ciudad se refleja en la parte frontal de su ayuntamiento: ennegrecida por el humo después de haber sido quemada.